¿Quién mató a Marilyn Monroe? apuesta joven sobre un mito

¿Quién Mato a Marilyn Monroe? es un estudio, bien escrito por Ariel Feliciano, a quien se le debe prestar atención en por su capacidad de aporte de una visión dramatúrgica novedosa y atrevida.
Si un valor indudable tiene el montaje de esta pieza  en la Sala Ravelo, donde hoy domingo concluye sus funciones,  y que es original del  dramaturgo Ariel Feliciano, con la dirección de Pilar Pineda, no radica la juventud de su equipo, ni la impactante personalidad del mito hollywoodense de la Monroe, ni el descubrimiento de nuevos rostros para la primera línea de la escena dominicana.
Su principal atributo es el atrevimiento desacralizador con que el equipo se atreve a plantear una propuesta alternativa, consistente y valida, pese a algunos aspectos que debieron haber sido mejor logrados.
No se trata de la vieja política, ciertamente cómoda, de la critica cuando se enrumba por la bajada facilista de alabar esfuerzos, lo que es la peor derivación interpretativa de un proyecto de este nivel.
¿Quién mató a Marilyn Monroe? parte en tanto recurso argumental, de un personaje que sigue provocando tanta admiración como interrogantes sin respuestas y enigmas que a estas alturas no van a encontrar la plaza de las certidumbres establecidas.
Uno de sus éxitos es lograr convencernos de que estamos ante un elenco numeroso y múltiple y no frente a cuatro actuaciones de primera línea.

Actoralmente, el peso del trabajo recae en Pamela Herdiz, con la responsabilidad de convencernos de que es la Monroe.  Tiene notables condiciones interpretativas, porte y ductilibilidad actoral para llenar el cometido, pese a que pudo haber logrado registros dramáticos más altos. Logra máximo desempeño como cantante llenando la Sala Ravelo de una dimensión musical escasa por esos espacios. Herdiz tiene calidad y consistencias que deben llevarla a nuevos compromisos con el teatro y el cine.
Anderson Mercedes logra buenos momentos y evidencia disciplina y perseverancia ante el desafio de sus personajes. Debe mejorar su capacidad para convencernos de que camina como hombre mayor, pese a lo cual evidencia un potencial que debe aprovechar en el futuro.
El actor cubano Eddy Avil Rodríguez tiene a su cargo una cantidad de personajes (detective, Joe Dimaggio, Arthur Miller) que le implican rápidos cambios de registros y vestuario. Tiene personalidad y peso escénico y logra un acento neutro que se torna asimilable. Es camaleónico y uno de los puntos de mayor luminosidad actoral.

Jasmín Mercedes, desde su rol de reparto, nos sorprende. Debe mejorar su voz cuando el personaje le reclama tonos graves, pese a lo cual se siente próxima, cercana y radicada en la esencia de sus personajes.
Hay fallos: lo claustrofóbico que experimenta el público ante una escenografía que en poco espacio debió acoger seis espacios teatrales (Alfombra roja, despacho del detective, alcoba de MM, tarima individual elevada para presentación de coreografía y la famosa escena de la falda al viento, la zona del teléfono y la bebida, a los que había que adicionar cuatro salidas y entradas). Era mucho para tan poco espacio, pero era lo que había, lo que la producción de este proyecto debía resolver. Y su valor, es que lo resolvieron.
A ello se le suma algunas soluciones no propias del movimiento escénico en momentos de acción violenta y los errores al intentar borrar huellas digitales dejando más huellas dactilares en los vasos de Whisky.
 

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