Es ejercicio de inteligencia bien documentado y matizado en sus actuaciones, con algunos fallos, de humor negro, rebeldía, sarcasmo, gracia, sentido trascendente de una fe cristiana
Me sorprendió con este montaje hilarante y revelador y evadido del esquema tradicional del subgénero escénico de denuncia el sexismo, porque presenta características mucho más profundas que la banalidad que sugiere su título.
Acudimos a Sala Ravelo, del Teatro Nacional, acumulando todas las reservas posibles porque ya hemos visto tantas producciones, haciendo un ejercicio, en general, del panfleto escénico que, en el fondo, procura vender boletas, tomando la bandera que aprovecha la absurda y condenable desigualdad de género y arremetiendo, porque es popular y fácil, contra poderes establecidos y en especial el de la visión conservadora de las Iglesias.
Las vaginas son ateas convoca y refuerza, desde su título, estos preceptos, pero qué bueno que, a pesar del temor y el prejuicio, nos decidimos a verla, debido a que no era lo que suponía sugerir ese irreverente título.