El 25 de diciembre fue el Día de la Navidad. ¿Y entonces?
Fuera de toda duda es que sigue siendo válido, incluso urgente, el mensaje que nos trajo Jesús para fomentar el amor verdadero en la humanidad. Si cumpliéramos con ese mandato, las cárceles serían innecesarias, la policía sería segmento social sobrante y la delincuencia, la violencia social, y tipos como el de abuso de Provincia Peravia, serían cosa del pasado.
Es una fecha fundamental para el creyente cristiano, pero he aquí que nos estamos equivocando en la forma de conmemorar el nacimiento de Jesús, que es harto demostrado que no nació el 25 de diciembre, fecha de conveniencia para sustituir las fiestas Saturnales (el homenaje del Dios Saturno) que conmemoraba el Imperio Romano en finales de año, ante la reclusión en sus hogares de los esclavos por el clima. Ese es el origen de nuestra Navidad.
Cuenta Wikypedia que “Las Saturnales (en latín Saturnalia) eran unas importantes festividades romanas. La fiesta se celebraba con un sacrificio en el Templo de Saturno, en el Foro Romano, y un banquete público, seguido por el intercambio de regalos, continuo festejo, y un ambiente de carnaval en el que se producía una relajación de las normas sociales.
Pensamos que celebrar la Navidad es beber y beber mucho es la manera adecuada de recordar ese nacimiento.
Pensamos que celebrar la natividad es consagrar un Código Penal que involuciona en el respeto a la integridad de la niñez y las mujeres, a los que no se les preserva de la violencia y la violación respectivamente.
Celebraremos en el pensamiento de que consumir de todo y para todo, es la clave. La clave está errada.
La gente pide “Su Navidad” y resulta que se refiere a un motivo que no es el nacimiento de Jesús. Es a que le den “ lo suyo”
Y mire que ciertamente nos hace falta que Jesús, en diciembre, enero, marzo o julio, renazca en nuestros corazones.
Debemos cultivar otra forma de celebrar la Navidad. Es más que espaguetis con teleras y pollo o cerdos mechados, o ponches, o dulcitos de colores, la nieve falsa y los letreros en las tiendas que en realidad procuran incentivar el consumo de todo. Navidad a veces es desenfreno, tráfico intenso y caótico con cada conductor pensando solo en su propia prisa.
Acudir a un nuevo nacimiento de Jesús, no nacido un 25 de diciembre, es renacer en nosotros, es revertir nuestro ideario, nuestra actitud de servicio.
Diciembre es un mes más, tal cual los otros meses.
Depende de cada uno de nosotros hacer que sea un tiempo distinto. Tal cual como deberían ser enero o marzo en ese empeño de lograr un renacimiento en la alegría y la fe, en la postura de servicio, de amar al resto de la humanidad.
Renacer en el amor verdadero no es cuestión de pastelitos y puercos en puya. No es malo disfrutar. Ni es malo comer bien, pero hay tanta gente que no podrá hacerlo, que bien valdrá pensar y actuar a favor de esa gente. Esa sería una forma adecuada de nacer en Jesús. Y de darnos la Navidad que nos merecemos: la del amor compromisario.
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