Quiero un cuento muestra el arte de la escena en todo su valor

El  relato escénico-musical Quiero un cuento, trasciende las expectativas de un proyecto más que se monta como parte del incremento de producciones de este tipo, por las características  y objetivos que persigue, parte de una estrategia que involucra más que lo establecido para una cartelera artística. Para este caso, el espectador y el crítico, están frente a toda un proyecto que excede las buenas intenciones y el deseo de dar un papelito a una niñez normalmente marginada. No hay tal. Hay arte. Y hay arte consistente y llamado a trascender.
Orientado su argumento por los valores familiares y personales, Quiero un cuento tiene el valor de ser arte escénico bien logrado, responsabilidad que se debe atribuir a la educadora María E. Haché (creadora de la Fundación Yo también puedo) y Wendy Quéliz (dirección artística y teatral), que pusieron el empeño en el proyecto y trabajaron, junto a un cuerpo de directores sectoriales y el elenco, para entregar este resultado, el mismo que cosechó extendidos y emocionados aplausos en su función de gala, este pasado viernes.

Este proyecto permite una conjunción de talentos profesionales y vocacionales que se configuran en torno a una historia original, derivada de varios cuentos universales (El Flautista de Hamelín, El gato con botas, Blanca Nieves y los 7 enanitos, El Lobo y los cerdos, y la Caperucita Roja) para desembocar en el triunfo de los valores positivo, produciendo en el público una notable identificación emotiva.
Continuación de dos montajes similares anteriores, Escucha mi sueño (2011) y  el candoroso montaje Gliburbit, una aventura del otro mundo (2013),  que permitió a los medios de prensa unas fotos inolvidable, Quiero un Cuento, se replantea un elenco mixto en el cual se lucen artistas de ejercicio extendido, junto a chicos y chicas de habilidades especiales (sobre todo Síndrome de Down), para consagrar una experiencia  poco comparable a cualquier otro espectáculo que cursa este fin de semana en el auditorio Máximo Avilés Blonda del Palacio de Bellas Artes.
Probablemente un poco más extenso (dos horas y cinco minutos) de lo aconsejable por la naturaleza infantil tanto de intérpretes como de público, la circunstancia palidece cuando el espectador se levanta para dar el aplauso final a estos artistas. En cuanto a la extensión, sin dudas que se excedieron.
Si un patrimonio particular aporta la Fundación Yo también puedo (parte de cuyas figuras aparecerán en la película Mañana no te Olvides) es que ha mostrado un camino: el que reivindica sociablemente por medio del arte a seres especiales.

Elenco:
Resaltante la luz propia con la que brilla Javier Grullón (El Lobo) , eje de toda la historia, personaje al que imprime una belleza expresiva propia, apoyado en su talento expresivo y con el sostén de elementos de vestuario, peinado y maquillaje que no deja duda de la perfección técnica con que se concibió el trabajo.
Carolina Rivas está magnífica como la Reina del cuento Blanca Niegas, belleza escénica que se completa con un buen criterio de vestuario y accesorios.
Bianca García, que se aleja de la conocida imagen de Sofía Globitos y crea un personaje realmente nuevo, como  Caperucita Roja, valida cada una de sus líneas.
El resto del elenco, amplio y de diversas edades, completan el cuadro de una experiencia artística que no requiere de paternalismos para apoyar “buenas iniciativas”.
Criterio de producción
Quiero un cuento es una empresa escénica bien plantada y cuidadosamente elaborada, desde el uso de sus recursos técnicos: música, maquillaje, vestuario, escenografía y diseño de luces, tan bien usados, con todo y la economía de recursos que se notan en algunos aspectos, como para no usar evasivas justificatorias en función de la nobleza de una causa.

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