SANTO DOMINGO. Hay muertes que no debieron haber sido.
Muertes que no merecen el paso de su significado inevitable.
Hay muertes que, sabiendo que son inexorables, no debieran llegar de la forma en que lo hace a veces.
Hay muertes inconcebibles.
Hay algunas muertes que por vueltas que usted le dé, no tienen ni agarre, ni sentido.
Son muertes que nos toman por sorpresa,
Muertes que duelen más que otras muertes.
Muertes que no son la conclusión del ciclo natural a que estamos abocados.
Muertes que se sobre imponen a la razón y la lógica.
Patricia Ascuasiati no merecía irse como se ha ido.
La enorme esperanza se afianza en que el talento de quienes hacen arte, no muerte nunca.
Se recuerda.
Se venera.
Se atesora.
Se revive a cada vuelta del camino. Los artistas vuelven a vivir cada vez que una sensibilidad impactada por su perfume, recuerde de lo que era capaz de dar ese potencial estético.
Ha de ser recordada por su hermosa y profunda voz.
Ha de ser recordada cada vez que alguien rememore su danzar de estrella del escenario.
Volverá a la vida con cada enseñanza impartida que se expresará en el mejoramiento de la técnica.
Los hechos en torno a Patricia, son inamovibles y concretos. Nada se puede hacer por volverlos atrás. Solo es posible recordarla con honor, cariño y el homenaje que una mujer de su talla y talento, merece.
Se ha ido. Pero sigue acá. Es el tipo de seres imposibles de irse definitiva y anónimamente.
Esta es una oración que se eleva por su recuerdo y su memoria.
Nos seguiremos perdiendo en la inmensidad armoniosa y fuerte del verde mar de sus ojos; nos seguiremos regodeando en aquella su voz, tan hermosa y firme.
Volverá a nuestras mentes, las muchas veces que vestida de tul y zapatillas de punta, en que hizo una y otra vez El Lago de los Cisnes, una y otra vez.
Volverá a nuestros oídos el “Pa que no te jodas” ultima frase de la escena con que introdujo a La Gunguna.