José Cestero es un fantasma con vida propia. El pasado mes de abril, cuando el Centro Cultural Banreservas inauguró la mas completa retrospectiva de su obra, el unico que no estaba en el ceremonial de apertura, era él. Una razón de salud le retuvo en casa pero no impidió que se le rindiera el homenaje que merece la trayectoria vital de este pincel de la Zona Colonial.
El dueño pleno de los rincones de Ciudad Colonial, es el mayor escrutador con el pincel de este patrimonio mundial.
Inició su carrera pintando y dibujando cómo pudo, cuando tenía 14 años y hasta el presente no ha parado nunca. Nació en Santo Domingo, en 1937 y estudió en la Escuela Nacional de Bellas Artes, donde se graduó en 1954.
Es un hombre de larga trayectoria. El maestro Ramón Oviedo llegó siendo un “muchachón” a su taller y se motivó tanto que dejó la publicidad para abrazar el pincel y el lienzo, cuenta Cestero.
Acaba de concluir una exposición retrospectiva de su obra, montada por el Centro Cultural Banreservas, titulada Cestero, Memoria Visual de la Ciudad Primada, y que se constituyó en la más completa muestra integral del arte de este hombre., cuyo imagen es parte del universo de la “zona”, sentado bajo la sombra, libreta de dibujo a la mano, siempre en ristre, observando y haciendo trazos para el próximo cuadro.
Cestero es cultor de la imagen del pasado. Procesador del conjunto colonial y al que se debe reconocer y apreciar en vida, tal cual lo ha hecho el año pasado, el Ministerio de Cultura, al premiarlo en el tono más alto de la plástica.
Por iniciativa del poeta Juan Freddy Armando, a cuya apertura asistió una enorme cantidad de pintores y estudiantes de artes plásticas, pero el maestro no estuvo, por razones de salud.
Juan Freddy Armando, en la presentación de la exposición en el C. C. Banreservas, lo establece con trazos literarios, listos para ubicar esta obra en la eternidad: El maestro Cestero es el más emblemático y valioso superviviente entre los personajes que conforman esta informal corte de creadores nostálgicos, de noctámbulos viandantes sin destino. Como si estuviera muerto, Cestero pasea vivo (con su pintoresco sombrero de Quijote, como yelmo de Mambrino), entre espíritus que habitaron, con quienes comparte un café y conversa”.