Editorial: José Ignacio Morales sigue aquí

Para hablar de los muertos, de quienes nos han dejado marcando de dolor nuestras almas por su partida, impone siempre reflexionar en positivo, sobre las virtudes y cualidades y dones de los que ya no están, aun cuando hayan tenido errores y deficiencias en su vida.

Es una especie de estilística discursiva aceptada por todo el mundo, que parte de la idea establecida, comedida y lógica, que se refiere al concepto de que de una persona fallecida, no se debe hablar mal nunca.

José Ignacio Morales, en tanto ser humano, pudo haber tenido errores o fallas a lo largo de su vida, pero si algo queda claro es la firmeza con que se trazó poner su vida, su taller y sus proyectos al servicio de la juventud que más necesita de apoyo mediante la capacitación para el trabajo, y de haber apoyado, toda su vida, las causas sociales y comunitarias que se pusieron en su conocimiento y ante su accionar.

Él nos mostró el valor práctico del ideal de bondad y entrega. Uno que no veía primero que nada, que podría ganar o cómo se beneficiaría, en cada proyecto que se le presentaba.
José Ignacio fue un precursor del amor y el servicio en su expresión más alta y más pura. Y no lo entendimos a tiempo.

Lo fue, muy a pesar de que muchos no se hicieron conscientes de lo que representaba su aliento y su trabajo por esta comunidad.

Los hombres como José Ignacio no mueren.

Solo se dejan de ver. Pero su impronta nace cada día, cada buena acción que alguien haga por otra persona, con cada buen proyecto que se encamine a mejorar la vida de una comunidad, la vida de un país, la existencia de un planeta.

José Ignacio sigue con nosotros, aun cuando ya no vemos el brillo de amor y servicio que se aposentaba en su mirada, el dejo de bondad en su gesto de atención y la disciplina de arte que sabía poner a cada una de sus obras. Él ya no está físicamente. Pero todo es relativo.

Pero sigue aquí.

Lo estamos sintiendo.

Fue llamado a iluminarse con los haces de luz del infinito y ahora de seguro estará pensando en cuál de los rincones de los páramos celestiales, montar su estatua perfecta, su obra más hermosa.

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