La música cristiana ha vivido un proceso, a nivel latinoamericano, desde la simplicidad esquemática de los antiquísimos “ríos de Agua Viva” y las alabanzas en templo hermético, hasta la constitución de una industria musical del entretenimiento y compartiendo, y en algunos casos, superando en los esquemas comerciales del talento y el espectáculo. Los artistas de la música cristiana en el país han fortalecido una plataforma de producción, mercadeo e impacto que ha superado, en gran medida, incluso a sus colegas de la Iglesia Católica, con excepción del Grupo Alfareros, que ha puesto marca al arte de fe.
Marcos Yaroide, cantante, compositor y pastor de los Ministerios La Vid, sobre una cuidadísima producción, Dios es Amor, apostó al éxito a la calidad de los temas y el tono grave, singular y genialmente modelado de su voz.
Dios es amor fue más que un concierto cristiano de altos vuelos, que convocaban, el espectro lumínico y las imágenes de fondo, la consistencia de la orquesta, las coreografías ágiles, de precisa coordinación y hasta de sensualidad y gracia. El factor de atracción del evento, era la actuación de Yaroide, quien ha entendido la importancia de vivir y proclamar un cristianismo esencial, que no se condiciona a los esquemas de vestir y apariencia conservadores de los cristianos ortodoxos, muchos de los cuales incluso rechazan los ritmos modernos para cantar a su Salvador.
Cuando se le ve, lo que siente el público es estar en presencia de un artista de buena estampa en escena: buen telar, corte de pelo moderno, pulsas y zapatos de brillo sin medias, todo cuando pueda ser distante de la imagen tradicional de un pastor evangélico. Viste bien, y con criterio moderno
Yaroide canta muy bien, extraordinariamente bien y lo hace sobre las alas de una poesía no rebuscada en sus textos y el estilo ciertamente único del artista establece un firme contacto inmediato con el público.
Los éxitos se suceden: “Amén”, “Todo se lo debo a él”, “Mi mejor alabanza”, “Estoy de pie”, “Mi trabajo es creer”, “Que se abran los cielos” y “Como nunca imaginé”, “La vida es”, “Tengo fe”, “No hay otro Dios”, “La fuerza de este amor”, “Lo eterno me llama”, “Ese era yo”, “Cierro mis ojos” y “Impresionado” , entre otros títulos de su repertorio, sustentados por una orquesta de diez músicos, ocho bailarines que coreografiaron ocho o nueve actuaciones , con una intensidad, coordinación y gracia, admirables, sobre todo las bailarinas que rompen el mito de la estatura para lucirse en escena. Simplemente extraordinarias.
La producción en torno a la cual se interpretaron las canciones, estuvo a cargo de René Brea, y desde luego que fue fuera de toda normalidad rutinaria. Un diseño de luces imágenes, con formas y colores, luces láser, una reproducción de sonido limpio, reververante cuando era preciso y en el nivel de intensidad preciso para seducir.
La invitada
Danay Suárez, cantante cristiana, compositora de rap y educada musicalmente jazz, nacida en Cuba, fue la gran sorpresa. Esta joven antillana, de menuda figura y ataviada de un largo vestido rojo, fue una expresión fresca y distinta a la tendencia pop rock de Yanoide. Canta desde el sentimiento, todo matizado y mediado por su fe en Jesús. Es tremenda artista y sus cinco nominaciones a los Grammy Latino 2017, no dejan dudas
Aun cuando fue anunciado para iniciar a las 8:00 de la noche, no fue hasta cuando faltaban unos minutos para las nueve, cuando se inició el espectáculo, con el impacto de una producción de René Brea, cuidada al extremo y en cada uno de sus detalles.
El carisma de Yaroide, encarnando una personalidad propia en escena, es fruto de su perseverancia ya que su destino como cantante cristiano quedó en la zona gris dela indefinición cuando en 2003, debió salir del mejor dúo cristiano, Tercer Cielo, que conformaba junto a su amigo Juan Carlos Rodríguez, quien decidió reformular el dueto, integrando a su esposa Evelyn Herrera, en sustitución de Yaroide. Entonces no se sabía que pasaría con su carrera.