Con la llegada de cada diciembre, la esperanza de una vida mejor, más feliz, más acorde con las aspiraciones de bienestar y justicia, se hace más firme. ¿Será que nos vendemos, ya por costumbre, el plato infausto de las ilusiones? No. No es necedad aspiracional.
Se trata de que esperanzarse es un recurso inagotable a que apelamos cada vez con mayor intensidad. Aspiramos una sociedad dominicana sin corrupción. Una sociedad dominicana sin accidente fatales de tránsito. Aspiramos una comunidad sin ninguna muerte de mujeres por la sed de sangre con la que el machismo agresivo, compensa sus inseguridades.
Aspiramos a una familia unida, sin confrontaciones ni vacíos. Sin silencios a la hora de proclamar cada quien su verdad. Aspiramos una sociedad que respete el ambiente, que no deprede sus recursos naturales.
Deseamos un mundo en que los celos dejen de ser los sicarios del amor, como los define desde Colombia León Octavio en El Bando de Villamaga. (2002),
Deseamos un turismo que crezca sin conflictos o desarrollando los que sean necesarios con inteligencia y buen sentido.
Aspiramos una sociedad ordenada, planificada, segura, sin tragedia que nos colmen de dolor y de vergüenza por la cuota de sangre que nos cuestan.
Navidad es un tiempo de esperanzas.
Una época, que admitimos es deliberadamente manipulada para el comercio, para adquirir, además de mercancías y alimentos saturados en grasas y calorías, instrumentos de alma para hacernos fuertes y tornarnos mas nobles, mas comprensivos de las condiciones de los demás. Un tiempo para bajar nuestro ego. Para dejar de medir el mundo por nuestros intereses y condiciones personales. El mundo es más que eso.
En Navidad, sintamos la vida como valor fundamental.
En Navidad, vivamos el valor de la esperanza.
Y que sea tiempo para recomenzar en 2019, con una actitud nueva.