Ivelisse Morel Calderón

Oración para un ser llamado La Tía

Señor

Hoy tengo una sola pregunta para ti:

¿Podrías hacerme entender la razón por la cual hay seres que se van tan inesperada y dolorosamente?

¿ Por qué hay seres infinitamente amorosos y que solo se ocuparon de apostar su existencia al servicio del amor?

La partida de Ivelise Morel Calderón, una humilde modista dominicana, que nació en la sección La Yaguiza, un paraje de San Francisco de Macorís, es uno de esos seres anónimos que no llaman la atención a nadie, pese a que es representante de una raza especial: una que tiene como sello indeleble, el sabor cotidiano del amor entregado en cada gesto a niños que no trajo al mundo pero que amo como si lo hubieran sido.

¿Por qué un ser como este tiene que dejarnos cuando era más inesperado, cuando estaba en un país lejano, cuando su partida inesperada nos marcaba a todos y todas?

¿Por qué tienen que morir a destiempo criaturas qué como ella, fueron todo amor, toda entrega?

¿Por qué se nos va un ser que nos ha mostrado que el amor de madre tiene tantas funciones y formas de ser, aun respecto de los hijos que no se trajeron al mundo? Hoy te recuerdan Amín Felipe y Anna Cristina, Y Harold. Y Anita.

A La Tía, cuando me encontraba con ella en su afán de cuidar a Amin  Felipe y Anna Cristina, el cuadro que veía no era el de una Nana asignada para un trabajo. No era eso. No.

Era ella el curso más suave y tierna del amor.

Era ella una alta expresión de amar y el servir. Y se ha ido.

Era ella la existencia de un vínculo que ella no describiría nunca porque no hacia falta: era suficiente verla cuidar esos chicos tan inesperadamente, seres cuya vida valida.]

La Tía no iniciaba la conversación.  No era expresiva en el uso de la palabra. No era lo suyo. Su amor se expresaba en ese desayuno caliente y nutritivo. En la inmaculada limpieza del ambiente, en la presencia de la ropa recién planchada. Cada una de sus obras cotidianas, dibujaban la ruta del mejor de los afectos.

Miraba, atendía y en última instancia, sonreía como su mejor expresión emotiva. Media las palabras. En su mirada, tan solo aparecía la necesidad de que los demás estuvieran bien, satisfechos, en paz y tranquilos. Esa era su felicidad. Nada más.

Era uno de esos seres que nunca salieron por televisión, que nunca pusieron sus fotos en redes sociales porque su signo era el amor incondicional y servicio sin medida.

Señor…vuelvo a preguntar: ¿Por qué seres que representan tan auténticamente la vocación infinita del amor prodigado por sí, tienen que irse tan sorpresivamente?

Alguna razón ha de haber. Ahora su recuerdo y su ejemplo deben movernos a ser nosotros más amorosos y serviciales.

Tía, vuele alto. Vuele hermoso. Su ejemplo nos pauta y nos indica el camino. Nos marca la ruta. Gracias por tanto amor. Excúsanos porque no siempre nos dimos cuenta del tesoro afectivo que teníamos a tu lado.

Amén.