Río San Juan. COSTA NORTE.-Hace tiempo que quería hacer esto: contar #HistoriasMínimas que no hablaran de mi experiencia con los libros, sino de la experiencia de lxs otrxs. Como la experiencia de Osvaldo de Jesús: un prestador de libros en Río San Juan, un pueblo costero de República Dominicana. En alguna calle sin nombre de Río San Juan, un letrero en un poste de luz invita al transeúnte a su casa, donde otro letrero indica: “La lectura genera soluciones y progreso” y reafirma el mensaje: se prestan libros. Así, sin más. Solo por la cara.
Los libreros tapizan las paredes de su sala estrecha, en su casita de madera y de zinc. Le he preguntado a Cuya, su esposa, si no le molestan. Dice que a veces le riñe porque no sabe dónde va a poner las cosas. Pero los libros, reconoce, siempre han sido costumbre en casa. Las fotos de este trabajo de Gabriela Read, son de Roberto Guzmán.
Osvaldo es capitán de un bote que pasea a los turistas por Playa Caletón. Cuando llega a casa, después de las 5 o 6 de la tarde, inventaría sus libros, los organiza y repasa sus cuadernos para saber quién está en falta, quién no ha devuelto un ejemplar. Entonces le llama para hacerle un amable recordatorio. Ha descubierto un truco infalible para que le tomen el teléfono: llamar después de las 12 de la noche.
“A esa hora todo el mundo toma el teléfono pensando que es algo malo”.
Está orgulloso de su estrategia. Y también de su labor, iniciada hace 12 años.
Tiene en la mano “El corsario negro”, un libro de Salgari. “Aquí empezó todo”, dice.
Osvaldo era asiduo visitante de una pequeña biblioteca municipal de la alcaldía de Río San Juan. Una biblioteca que ya no existe, y que cuando existía, no permitía sacar los libros del recinto. Entonces él tenía que ingeniárselas para poder leer la historia del corsario, pues tenía que trabajar. Las historias del mar son sus favoritas.
“Yo sin el mar no puedo vivir”, nos había dicho un rato antes. Y tampoco sin libros.
Los libros son el centro de un desacuerdo familiar. Su padre murió en enero pasado y él solo quiere recuperar su biblioteca. Le ha dicho a sus hermanos: “Quédense con todo, solo déjenme los libros”.
Porque aunque vive en Río San Juan, su infancia fue capitaleña y los libros eran una obligación en casa. Como el ajedrez y el tablero de damas. Pero no lo recuerda con amargura, sino que esas cosas se las trajo al pueblo. Cada tarde, libros y tablero. “Y un pedazo de mar al final de la calle”, como dice García Márquez en un cuento. Osvaldo bien podría ser el protagonista de uno de sus cuentos.
A Osvaldo no le preocupa la falta de espacio en casa. Los libros siempre son bienvenidos y él buscar la forma de acotejarlos. Así que acepta que le sigan llevando libros.
Por lo pronto le preocupa que la mayoría de sus lectorxs son adultxs. “El internet ha acabado con todo”, nos ha dicho. Ha decidido pagar un perifoneo por el pueblo para recordar a las escuelas que pueden seguir enviando niñxs a buscar obras literarias. No importa que él no esté: Cuya los atiende. Solo basta con dejar su nombre, el cual anota cuidadosamente en unos cuadernos donde tiene enumerada las obras, un sistema de organización personal que le ha dado resultado, pero no sabe hasta cuándo: tiene más de 700 ejemplares y no siempre se puede contar con la memoria. Cualquier tipo de actividad de promoción de la lectura también es bienvenida en el pueblo. Él mismo se encarga de la convocatoria.
Gabriela Read
Observadora minuciosa de la ciudad. Amante del cine. Personaje de un libro de Cabrera Infante, pero un personaje a quien el autor cubano no llegó a describir en ningún texto porque no la conoció y porque andan diciendo que el escritor murió antes de conocer a Gaby, aunque todavía ande por ahí publicando libros inéditos.