Flor de Azúcar es, por más de una razón, una de las diez películas dominicanas que no deben ser dejar de ser vistas, en un listado que, a vuelo de pájaro, debe incluir, entre otras, a Pasaje de Ida, Jean Gentil, Dólares de Arena, La Gunguna, Perico Ripiao, La lucha de Ana, La Montaña, La hija natural, El Círculo Vicioso y Nueva Yol (1).
La producción de Fernando Báez/Unicornio/Erizo Films, comporta valores de producción que son referentes artísticos, en determinadas actuaciones y, , técnicos en su fotografía, su impresionante y bien lograda banda de sonido, su edición precisa, su dirección de arte, su maquillaje.
El guión de Flor de Azúcar tuvo sus primeras versiones desde años antes de ser escrito el de El Rey de Najayo; se re-escribió y encuadernó en muchas versiones durante más de cinco años en los espacios de Unicornio. Era el proyecto más importante para el poeta de la imagen, que se dio a conocer con unos inolvidables reportajes, escritos por Milagros Ortiz Bosch y Carlos Francisco Elías y editados por Anita Ontiveros para la primera gloriosa etapa de Otra Vez con Yaqui., en los años ochentas.
Posteriormente, como emprendimiento, funda Unicornio, como productora de comerciales y otros géneros televisivos. De esa producción, la más conocida fue La Imagen Nacional,
Flor de azúcar tiene con aportes firmes que apuntan hacia quehacer cinematográfico capaz de impulsar una marca nacional, internacionalmente válida, al reivindicar una historia de época (1949), que se centra en dos familias (una dominicana y otra haitiana), inspirada, pero con notables distancias argumentales en el cuento de Juan Bosch, La Nochebuena de Encarnación Mendoza.
Un proyecto de cine que hay que ir a ver por el valor de sus aportes interpretativos, por su facturación técnica, su bien lograda banda de música, producto de los talentos del maestro Pedro Eustache, instrumentista vientos venezolano, (Responsable de la música de “La Pasión de Cristo” de Mel Gibson, The Jungle Book, Piratas del Caribe); Pedro Pagán y Daniel Quiste, y la música de percusión de David Almengold.
La fotografía de Báez y Claudio Chea debe ser una de las tres mejores del cine dominicano.
Héctor Aníbal (Samuel), que echa mano de su potencial histriónico y llena con fuerza y ternura el espacio de su personaje.
James Saintil (Divo), el actor haitiano acertadísimo en su rol, es un aporte indudable.
Ariana Lebrón (Elena), actriz dominico-boricua, radicada en Londrés y quien tiene a cargo el protagónico femenino dominicano, enfrenta con entereza y fuerza. Es un eje fundamental.
Julieta Rodríguez (Sasa), en su muy discutible su parecido con las mujeres haitianas, es efectiva e intensa, sobre todo en las escenas emotivas como la despedida de su madre haitiana y su manera de canalizar los conflictos inter-personales en la trama.
Toussaint Merionne, (traficante de haitianos por la frontera) logra, en un rol que apenas dura tres minutos, una de las mejores actuaciones que hemos visto en el cine dominicano. Es ejemplo del nivel interpretativo que se debería alcanzar siempre.
El conjunto de actores dominicanos: el paradójicamente soldado barbudo Francis Cruz (Félix); el irreconocible “atiguereado” militar Christian Álvarez (David), capaz de hacer reir dentro de la dramática historia; Omar Ramírez (Tavito), un efectivo que hace el secundario de mayor consistencia, Mario Lebrón (Arturo); una silente y visualmente expresiva Karoline Becker (María Fernanda); la mirada radical de Vladimir Acevedo (Sargento Romero) y el Danilo Reynoso haciendo del Cabo Luís tratando de dar rostro humano a la guardia trujillista, y lo logra.
La película es un logro, pese a los fallos que señalaremos ahora, que debe ser vista masivamente por el público dominicano por sus valores de arte universal bien concreados.
El éxito de producción más notable, junto a la fotografía y las escenas secuencia, está en la dirección de arte, respecto de la cual Alberto Samboy, logró encontrar hasta los centavos con la palmita, el radio de época a lo que se suma el vestuario cuidadosamente reconstruido. Se siente y se disfruta un empeño profesional al nivel de las producciones internacionales.
Las deficiencias
Flor de azúcar tiene fallos argumentales, de interpretación y de alteración de los modos narrativos para consagrar todo con una errática irrupción del ideario personal del director.
El director se excede en el énfasis evangelizador, que tiene una cantidad extrema de referencias cristianas. Una alternativa habría sido advertir que se trataba de una producción religiosa y así quien acuda a verla, sabe a qué se atiene. Hay imágenes de la Biblia por doquier, insistencia en las tonadas de himnos evangelizadores, frases escritas y parlamento que por momentos ubican la producción más cerca del púlpito que de la pantalla comercial abierta a todo público.
Nada hay de malo en que un director persiga difundir sus ideas de fe, pero en este caso se aleja mucho del cuento de un autor ateo y satura a quienes no vienen al cine por la fe, sino por el atractivo comun y corriente de ver una buena película.
El yerro principal, no obstante, no es ése. Es haber puesto en boca de dos campesinos dominicanos de un batey, expresiones tremendamente discutibles (“Nosotros les damos trabajo y unos extranjeros dicen fuera del país que los esclavizamos”), inclusión forzada que pone en tapete y anacrónicamente respecto de la realidad fronteriza de 1949, en plena dictadura trujillista y a doce años del “corte” (1937).
Filme&Turismo
Si un valor indudable tiene la película Flor de Azúcar, de Fernando Báez, es la exposición desde enfoques tan variados, del país interior, con sus montañas, sus saltos de agua dulce, la Isla Saona y su paradisíaco ambiente marino, sus paisajes mineros y sus ecosistemas boscosos, fotografiados por dos maestros de la cámara (el propio director y Claudio Chea, probablemente el mejor de todos cuantos ejercen el oficio de captar las imágenes en movimiento.
Báez desarrolló en la fase de pre-producción, una ubicación de las locaciones que se despliegan en este drama social y personal, inspirado, en una versión bastante libre y en el cuento del profesor Juan Bosch, La Nochebuena de Encarnación Mendoza.
La evaluación de la película como tal, que inicia hoy viernes su segunda semana en cartelera con buena asistencia del público, corresponde a una crónica que debemos escribir para otro espacio.
La experiencia de Báez haciendo por seis años el serial de comerciales de televisión La Imagen Nacional, se aprovecha al máximo – independientemente del juzgar la producción como cine en si misma- dando como resultado un recorrido por ambientes naturales que se constituyen en destinos. Incluyen zonas de la frontera, caídas de agua del Rio Soco, locaciones montañosas en Bonao y otros puntos del Cibao Central y la Isla Saona.
Captar con notable sentido cinematográfico – lo que implica una promoción turística- estas zonas con tomas de cámara de picado y contra-picado, tomas panorámicas, ángulos de detalle, tomas submarinas y ambientes costeros, es uno de los parabienes de Flor de Azúcar. Recomendamos, turísticamente hablando, acudir a las salas de cine a ver Flor de Azúcar.
Ficha técnica
Dirección: Fernando Báez Mella
Guión: Fernando Báez Mella (Inspirado en el cuento “La Nochebuena de Encarnación Mendoza” de Juan Bosch)
Intérpretes: Héctor Aníbal (Samuel), Ariana Lebrón (Elena), James Saintil (Divo), Julieta Rodríguez (Sasa), Akuharella Mercedes (Aquarela), Francis Cruz (Félix), Christian Álvarez (David), Omar Ramírez (Tavito), Mario Lebrón (Arturo), Karoline Becker (María Fernanda), Vladimir Acevedo (Sargento Romero), Danilo Reynoso (Cabo Luís), Víctor Checo, Camila Santana, Natasha Alburquerque.
Género: Drama
Formato: HD Digital/DCP
Productora: Unicornio Films y Erizo Films
Productores: Sarah Pérez, Fernando Báez
Dirección de fotografía: Claudio Chea
Dirección de Arte: Alberto Samboy
Sonido: Franklin Hernández
Edición: Rosaly Acosta y Fernando Báez
Música: Pedro Eustache, Pedro Pagán, David Almengord, Daniel Quiste.
Duración: 1 hora 50 minutos.
Sinopsis:
República Dominicana 1948. Samuel un joven campesino dominicano de firmes principios se enfrenta a la hostilidad e injusticia de la dictadura de Trujillo. Indignado por el abuso de un grupo de guardias del opresivo régimen, da muerte involuntariamente a uno de sus miembros, viéndose obligado a huir y abandonar a su esposa Elena y a sus dos hijas.
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