Al llegar a su etapa final, con el cierre mañana lunes con Bolo Francisco, (Reynaldo Disla, Premio de Teatro Casa de las Américas, 1984), el Festival Internacional de Teatro entrega una de sus ediciones más completas, actualizadas y sirviendo de marco para que el quehacer escénico dominicano se evidencie tal cual es: un oficio de trayectoria profesional de tanta validez como cualquier otro del ámbito internacional. Hay oportunidad de verla hoy domingo y mañana lunes como cierre oficial en el Palacio de Bellas Artes.
El FITE 2016 ha sido el marco para reconocer la calidad de 16 grupos y compañías de Argentina, Colombia, Chile, Costa Rica, El Salvador, España, México, Portugal, Puerto Rico y Venezuela, cartelera a la que se ha agregado la, a veces subvalorada, oferta escénica criolla con las propuestas de compañías independientes de tremenda consistencia como Guloya y Las Máscaras, hasta el quehacer de la Compañía Nacional de Teatro, con su buque insignia Bolo Francisco, demostración total de la validez universal de lo criollo en las tablas.
Las salas se han llenado de un público joven y adulto ávido de calidad artística en escena y no ha salido defraudado. Karina Noble y su Dirección de Festivales, del Ministerio de Cultura, han inscrito este evento entre lo mejor que en teatro ha ocurrido este año.
Bolo Francisco
El FITE termina mañana lunes con un cierre de altura: Bolo Francisco, uno de los exponentes más altos de la dramaturgia social dominicana, única pieza de la dramaturgia criolla que ha premiado la prestigiosa institución cubana del pensamiento creativo.
Como pieza teatral, Bolo Francisco ha contado con cuatro factores poderosos a su favor.
El primero es el hecho textual del que parte y respecto del cual no hay dudas de su brillantez y creatividad, dado el ejercicio de un dramaturgo joven como Disla, autor que aun cuenta algunas resistencias porque no se inscribe en el concepto aristocrático y “noble” del escritor del “star sistem”. Para muchos, y pese a una labor intelectual. Disla crea, a partir de rasgos de la realidad, un mundo mágico de personajes y condiciones.
El segundo, la dirección de Claudio Rivera, uno de los cuadros profesionales de mayor vuelo en esa crucial función de traducir a escena, con los múltiples recursos de la técnica y el arte, lo que alguna vez fue una idea divagante en los entretelones de la imaginación autoral. Rivera, uno de los cinco mejores directores teatrales dominicanos, evidencia madurez y sentido expresivo que sacan provecho al máximo de tendencias y capacidades humanas, conducidas hasta el tope de sus entregas.
Su arrojo al experimentar con los aires y símbolos, las máscaras, el acento carnavalesco, la coreografía simétrica y puesta para ser captada y eternizada en instantáneas de arte y el armonioso movimiento en tablas. Una masa humana que sobrepasa el valor individual de lo histriónico concebido en su valor como expresión de conjunto, en la cual las partes agregan un sabor compartido por ellas y el público.
El tercero es el desempeño de los talentos. Muchos de ellos con más de un personaje a su cargo: Jhonnié Mercedes, con el protagónico Bolo Francisco, llena escenario con voz, figura y una gestualidad de persona mutilada de una pierna, en un experimento que cautivó por su verosimilitud. Su maquillaje y peinado le adicionan magia a la personificación del músico típico que vuelve de la muerte para censurar opresiones y pequeños tiranos; Maggi Liranzo, otro de los tesoros actuantes del teatro dominicano, envuelve al público con su estela roja de bruja artesanal y luego como campesina oprimida; Yorlla Lina Castillo, un talento que se propuso dejar cualquier oficio que no fuera el actuar y que demuestra la fidelidad de su compromiso, con expectativas que van mucho más allá de sus medidas corporales perfectas; Amauris Pérez ratifica sus condiciones de actuación destacable, tanto para cine como para teatro y Ernesto Báez, imponente y opresivo como el teniente Then y Mazamúbula, simplemente está grandioso; Canek Denis es otro talento con un potencial que evidenció desde sus tiempos en la Escuela de Teatro de Bellas Artes. Está fantástico como militar; Gilberto Hernández, Cristela Gómez y Wilson Ureña nos dejan esa sensación satisfactoria de lo bien logrado.
El cuarto y último factor del éxito de Bolo Francisco es la técnica teatral, tan diversa como efectiva: vestuario, máscaras zoomórficas, peinado, escenografía (con la excepción del telón de fondo que pudo haber estado mucho mejore logrado), concretada con elementos funcionales, diseño de luces, todo empleado con calculada medida. Hay una estética cromática vinculada al vestuario que da un sabor “comic”, aportando vivacidad a las escenas en yuxtaposición armoniosa con el rendimiento actoral del equipo.
Las máscaras adquieren un significado particular para quienes conocimos los personajes referentes. Para las actuales generaciones, serán expresión de arte escénico.
La experiencia FITE
El Festival, el último que organiza Karina Noble, quien se retira a la actuación al considerar cumplida su labor desde la Dirección de Festivales del Ministerio de Cultura, desde la cual montó tres eventos de este nivel, todos con notable labor organizativa y estética, queda ahora inscrito como suceso histórico del entablado nacional.
La Noble debe marcharse tranquila, en conciencia de que su trabajo quedó hecho en exceso. A ella las gracias, por su gestión que nos ha proporcionado emociones intensas del más diverso tipo. Perdemos una gestora teatral. Ganamos un talento femenino que vuelve a al lar que le corresponde: el espacio de sueños y tiempos, personajes y signos emanados desde una ficción que estimula la imaginación, la motivación y la sensibilidad.