Asesinato de Hermanas Mirabal

Así fue el asesinato de las hermanas Mirabal y Rufino de la Cruz: hablan ejecutores y testigos

Una conferencia en el Centro Cultural Banreservas, se transformó en una galería de asombros, indignación y llanto de algunas asistentes, cuando fue presentada una investigación documentada, basada en testimonios de asesinos y testigos, sobre la forma en que fueron asesinadas las Hermanas Patria, Minerva y María Teresa y su conductor y aliado, Rufino de la Cruz.

La investigación fue presentada en resumen por el historiador Alejandro Paulino Ramos, autor del libro La dictadura de Trujillo. Vigilancia, Tortura y control político, a quien se le quebró la voz en cuatro oportunidades. Ramos fue presentado por Mijail Peralta, director del Centro Cultural Banreservas, quien recordó que la institución ha dedicado el mes de noviembre a las Hermanas Mirabal.

El Centro Cultural del Banco de Reservas decidió reabrir sus actividades con un programa que conmemora el heroísmo y martirio de las Hermanas Mirabal, incluyendo una exposición fotográfica montada por el Archivo General de la Nación y la Casa Museo Ojo de Agua, de la Fundación Hermanas Mirabal,

Lo presentado era una crónica de la crueldad y la cobardía de cinco de sicarios de la dictadura, Alfonso Cruz Valerio, Emilio Estada Malleta, Néstor Antonio Pérez Terrero y Ramón Emilio Rojas Lora, bajo la dirección de Ciriaco de la Rosa, obedeciendo instrucciones de: Candito Torres Tejada, Johnny Abbes García, jefe del Servicio de Inteligencia Militar, con conocimiento del general Pupo Román, Ministro de las Fuerzas Armadas, a partir de una orden que de Rafael Leónidas en su despacho de Palacio Nacional a Abbes García, con la lacónica frase: “—«El problema de las Mirabal hay que liquidarlo».

En la conferencia, cuyo contenido algunas de las asistentes sugirieron que sea reproducido especialmente para su uso en escuelas a fin de superar el discurso retórico y poético con que se describe el crimen de las Mirabal, se revela información impactante que incluye estos cinco puntos:

1- El acoso sexual de Trujillo a Minerva Mirabal que se registra en San Cristóbal en 1949, durante una fiesta, nada tuvo que ver con la orden, que tenía una motivación de represión por sus posturas ante el régimen.

2- Las Hermanas Mirabal fueron atacadas con punzones pequeños y brillantes, para facilitar el control sobre ellas al momento del ataque.

3- Una de ellas Patria, con el vestido desgarrado, intentó ser violada a lo que se opuso y no se perpetró el hecho.

4- Los asesinos, posteriormente al hecho, festejaron en una residencia que había sido incautada de la familia González-Mirabal, para ser regalada al capitán Alicicio Pena de la Rosa, jefe militar del SIM en el Cibao y participante en el crimen.

5- El 28 de noviembre, el gobernador de Salcedo y Pena Rivera se presentaron a la residencia de las Mirabal para que la madre de estas allí presionó a doña Mercedes Reyes Camilo, para obligarla a firmar una carta en que aceptaba, que sus hijas fallecieron en un accidente automovilístico, a fin de que el diario El Caribe publicara esa versión, como lo hizo el 29 de noviembre.

A continuación, y por entender que se trata de un documento de alto interés histórico, la conferencia de Alejandro Paulino Ramos:

«El año de 1960 fue, desde muy temprano, catastrófico para Trujillo, que sin poder evitarlo presenciaba la forma en que  se iba concretizando el rechazo contra su régimen y aumentaban a nivel nacional los movimientos conspirativos así como la necesidad de ponerle fin a más de treinta años de su oprobioso gobierno sustentado en el poder militar, el control político y cultural y la persecución contra los opositores, aplicada a través de diversos mecanismos de espionaje y torturas, que tuvieron como principales componentes al Servicio de Inteligencia Militar, dirigido por Johnny Abbes García y a las instancias terroríficas conocidas como la Cárcel de La Cuarenta y el centro de tortura del Kilómetro 9 de la Carretera Mella en la zona oriental de la capital.

El proceso que llevaba a la crisis del régimen se había comenzado a sentir aproximadamente a partir de 1957, pero se hizo más angustiante para el dictador luego de las expediciones de junio de 1959, lo que coincidió con un virtual alejamiento  del  gobierno de los Estados Unidos, que luego del triunfo de la revolución cubana, estaban  interesados en marcar distancia y propiciar políticas al margen de la figura de Trujillo, pero también se dejó sentir desde el mes de enero de 1960, cuando fue descubierta la formidable conspiración del Movimiento Revolucionario 14 de Junio encabezada por Minerva Mirabal y su esposo Manuel Aurelio Tavarez Justo, a la vez que la Iglesia Católica entraba en un franco enfrentamiento con el dictador y le exigía la excarcelación de cientos de jóvenes pertenecientes al referido movimiento, que estaban siendo detenidos en continuas redadas llevadas a cabo por el Servicio de Inteligencia Militar y los que para entonces el pueblo señalaba como los calieses de Trujillo.   Junto a esto, tendríamos que señalar también la crisis diplomática iniciada en 1960, después del intento de asesinato contra el presidente Rómulo Betancourt de Venezuela,  lo que motivó que a partir de agosto de ese año, la Organización de Estados Americanos sancionara económicamente a la República Dominicana a la vez que los países miembros procedieron a romper sus relaciones con el gobierno de Trujillo.

A principios de enero de 1960 Manolo Tavarez fue hecho prisionero y poco después, al medio día del 23 de enero los agentes del Servicio de Inteligencia se presentaron frente  a la residencia de Minerva Mirabal donde la apresaron y la llevaron a la cárcel de La Victoria; luego la trasladaron a la Cárcel de La 40 y días después la dejaron en libertad, mientras que a su esposo Manolo Tavarez Justo, a  Pedro González y a Leandro Guzmán,  esposos de Patria y María Teresa los mantuvieron durante meses en La 40 y en la cárcel de La Victoria.

Como es ampliamente conocido, las muertes de las hermanas Mirabal y del señor Rufino Cruz que las acompañaba aquella tarde del viernes 25 de noviembre de 1960, está estrechamente relacionada con la reacción de Trujillo ante la formación del Movimiento Revolucionario 14 de junio y su afán en detener las conspiraciones que se gestaban en aquellos meses, para lo que no descartó exagerados niveles represivos y las muertes de sus opositores. La desesperación del tirano, lo llevó a expresar públicamente a través de su periódico El Caribe, la necesidad de ponerle fin a las actividades opositoras encabezadas por la familia Tavárez-Mirabal, y para esto el gobernante recurrió a la medida más extrema, que fue la de ordenar el asesinato de las hermanas Mirabal.

Las circunstancias que rodearon aquel nefasto acontecimiento, los planes para ponerle fin a las vidas de las tres hermanas de la sección Ojo de Agua, Salcedo, la manera en que Trujillo instruyó al jefe del Servicio de Inteligencia Militar que ejecuta su orden, el equipo de agentes del SIM que participó en la criminal acción y todo lo relativo con las últimas horas de vida de las tres hermanas y Rufino de la Cruz, están contenidas en varios documentos y testimonios de los que actuaron como responsables de ejecutar el crimen, destacándose entre estos el escrito por Johnny Abbes García, quien era el jefe del Servicio de Inteligencia, titulado “Odisea y muertes de las hermanas Mirabal”, publicado en Nueva York en 1967. También el texto de Víctor Alicinio Peña Rivera, que en su condición de responsable del Servicio de Inteligencia en el Cibao, le tocó ser el jefe de la operación, la que narró  en su libro-memorias con el nombre de “Trujillo: historia oculta de un dictador”, puesto a circular en 1977, y en los testimonios aportados por testigos presenciales de la forma en que los calieses del SIM detuvieron y asesinaron a Patria, Minerva y María Teresa, contenidos esos testimonios,  en el expediente del juicio contra los asesinos, que concluyó el 24 de  noviembre de 1962 y fue publicado mas tarde  por la Comisión Presidencial de Efemérides Patrias en el 2011,  con el título  “El juicio a los asesinos de las hermanas Mirabal” y del que forman parte  las conclusiones a las que llegó el tribunal con jurisdicción nacional encargado de procesar a los responsables de las muertes de las hermanas Mirabal. De modo, que lo que a continuación vamos a relatar son las evidencias testimoniales y  escritas de lo que tuvieron relación con aquel abominable hecho, que puso fin a las vidas de tres valientes mujeres cuyo único delito fue oponerse a la continuación de una dictadura que por más de treinta años saqueó,  oprimió y bañó en sangre al pueblo dominicano.

En la sentencia de la Cámara Penal con Jurisdicción Nacional, aparece un breve párrafo que nos sirve para introducir algunos de los elementos circunstanciales vinculados al crimen ordenado por Trujillo. En esa sentencia que está señalada en el expediente como la número 28, se puede leer lo que a continuación citamos,  y que guarda relación con una fiesta celebrada en San Cristóbal el 12 de octubre de 1949, narrada con detalles por el historiador William Galván en su obra “Minerva Mirabal: historia de una heroína”. En la referida sentencia se anotó el acoso que desde antes de esa fiesta sufría Minerva de parte de Trujillo. Citamos la sentencia en la que se dice:

«Que las hermanas Minerva Mirabal, Patria Mirabal y María Teresa Mirabal desde su mocedad mostraron repudio a la persona y al régimen dictatorial que mantenía en nuestro país Rafael L. Trujillo; que, bien fuera para sonrojar la familia ya para satisfacer reclamos libidinosos, el Dictador hizo celebrar una fiesta en la ciudad de San Cristóbal, a la que fue invitada la familia Mirabal, y la que se vio obligada a asistir a ella; que en la fiesta antes dicha el Tirano se acercó a Minerva Mirabal y la requirió de amores haciéndole proposiciones deshonestas e inmorales, las que, con gran sorpresa de él, ella rechazó gallarda y valientemente; que tal suceso exaspera más aún al tirano contra esta virtuosa familia, al extremo de que poco tiempo después fue encarcelado por orden directa del Tirano el señor don Enrique Mirabal Fernández, padre de las hermanas Mirabal y su esposa Mercedes Reyes de Mirabal, así como la propia Minerva Mirabal”.

Posterior a ese hecho, para 1953, Trujillo intentó entorpecer los estudios de  de Minverva y sobre su familia se sintió el acoso  permanente de la dictadura, que se acrecentó en las medidas en que Minverva asumir iniciativas políticas contrarias al régimen, como sucedió desde antes de las expediciones de junio de 1959 y de la formación del Movimiento Revolucionario 14 de Junio a principios de 1960.

Como un hecho que puede dar indicios de la animadversión de Trujillo contra  la familia Mirabal, se  puede citar lo acontecido en Santiago, el 16 de mayo de 1960, cuando en uno de sus recorridos políticos el mandatario aprovechó para opinar sobre las actividades de sus opositores, quienes, de acuerdo a él, desarrollaban actividades clandestinas, diciendo que «ciertos católicos, con sotana o sin ella, trabajan con los comunistas y «Testigos de Jehová», apuntando que donde los opositores habían echado raíces «más hondas» había «sido en la sección de Conuco y en las ciudades de Tenares y Salcedo, hasta llegar a San Francisco de Macorís».

En esas declaraciones, Trujillo señaló por sus apellidos a los responsables de que en el Cibao se produjeran esos movimientos. La región estuvo por décadas controlada, pero ahora parecía no se podía contener ni evitar el auge del rechazo a su política, por lo que volvió a reiterar: «años atrás en Conuco se destacaron los Mirabal y sus familiares, y algunos miembros de la familia González. Los comunistas también hicieron intensa campaña en La Vega y en las secciones de Cutupú y Río Verde». Se expresó sin dejar de acusar a los que, desde Santiago, también se habían convertido en enemigos de su régimen, como eran los casos de «miembros de una familia de apellido Pérez».

Se ha conjeturado y escrito mucho tratando de exculpar a Trujillo y a su régimen del asesinato de las hermanas que residieron en la sección de Ojo de Agua, Salcedo, pero el tenebroso jefe del Servicio de Inteligencia Militar conocido como Johnny Abbes García, se encargó de desmentir a los que así proceden. En sus memorias, escritas y notariadas mientras residía en Nueva York para 1963, Abbes contó la forma en que Trujillo ordenó el macabro asesinato, confesando entre otros detalles, los que siguen:

«Una mañana en los primeros días de noviembre del turbulento 1960, llegaba yo a mi despacho del SIM cuando la chicharra con la que el Dictador frecuentemente me llamaba, sonó con fuerza. Eran las seis de la mañana; pero no me sorprendió lo temprano de la hora porque yo sabía que Trujillo, aun cuando trataba de ocultarlo, estaba sumamente preocupado con el giro que tomaban los asuntos políticos en el país.

Y refiriéndose a las jóvenes de Salcedo, dice Abbes García que Trujillo le dijo —«El problema de las Mirabal hay que liquidarlo».

«Sabía muy bien lo que esas palabras significaban y de mi parte estaba preparado para una orden semejante.

Entonces apunta Johnny Abbes que le contestó a Trujillo—«Muy bien, Jefe . Yo me encargaré de la operación».

Pero Trujillo pensaba que las hermanas podían ser persuadidas para que abandonaran sus actividades políticas, por lo que ordenó que la llevaran a su despacho para una breve entrevista en la que estuvieron presentes las tres hermanas, Johnny Abbes y el propio gobernante:

—«Tráeme a las hermanas Mirabal». Le instruyó Trujillo.

«Eso fue a las nueve de la mañana. A pesar de encontrarse en su hogar de Salcedo, a muchos kilómetros de distancia de la capital, antes de las doce de ese día, las tres hermanas estaban en presencia del Dictador.

El gobernante sin saludarlas les dijo con violencia:

—«Yo sé que ustedes están conspirando para tumbar mi Gobierno; pero quiero darles una oportunidad. ¿Qué desean? ¿Aspiran a algún cargo de la Administración Pública?»

Minerva, la más resuelta y la mayor fue la que respondió por ella y por sus hermanas, sigue narrando Johnny Abbes:—«Excelencia, nosotros no somos políticas…Queremos que liberen a nuestros esposos» .

Se referían a Manolo Tavárez Justo, Pedro González y Leandro Guzmán, mantenidos en prisión desde principios de 1960, cuando fueron apresados y torturados en la cárcel de La 40, acusados de formar parte y dirigir el Movimiento Revolucionario 14 de Junio.

Cuenta Abbes García que Trujillo se enfureció con la inesperada respuesta de Minerva y le dijo de manera amenazante: —«Está bien. Hemos terminado. De ahora en adelante las trataré como lo que ustedes son: como revolucionarias».

Ese día se ordenó de manera definitiva a proceder a planificar las muertes de las hermanas, que también estaban implicadas en la lucha clandestina contra el régimen, por lo que eran mantenidas vigiladas.

«Tres días después de haber ordenado Trujillo la liquidación del problema Mirabal, –sigue diciendo Abbes en sus memorias–, recibí un informe confidencial de nuestra oficina de Santiago en la que se hablaba de un desesperado plan de las hermanas y de un grupo de jóvenes del Cibao para tratar de libertar a los Dres. Tavárez Justo, Leandro Guzmán y a Pedro González, los esposos.

Y así lo dejó escribió el jefe del Servicio de Inteligencia para ser publicado años después en el periódico El Tiempo de Nueva York:

De acuerdo a lo convenido, ese mismo día envié a Palacio a uno de los miembros del SIM más eficientes y discretos, Ciriaco de la Rosa, a transmitir instrucciones en clave a uno de los más inteligentes investigadores a mi servicio, al Capitán Alicinio Peña Rivera, jefe del SIM en el Cibao. Quien procedió a ejecutar las órdenes llevadas hasta su despacho por Candito Torres, quien de manera formal ejercía la dirección del Servicio de Inteligencia Militar, aunque en realidad el jefe del SIM lo seguía siendo Abbes García. Por esa razón y en cumplimiento de la misión encargada, desde los primeros días de noviembre se comenzó a esperar la oportunidad para asesinar las tres hermanas, pero los días pasaban y el plan elaborado no terminaba de ser ejecutado, debido principalmente a razones de seguridad y discreción, pero Trujillo estaba furioso e impaciente. Y cuenta Abbes que el General Pupo Román, después de recibir la orden determinante de Trujillo, le dijo, el sábado 24 de noviembre de 1960, lo siguiente:

—«De mañana esto no puede pasar». Y Yo le dije a Ciriaco de la Rosa:

—«De mañana esto no puede pasar» […]. «Y del 25 de noviembre del 1960 no pasó».

En la planificación de la muerte de las heroínas de Salcedo participaron de manera directa  Rafael L. Trujillo quien ordenó cometer el crimen, Johnny Abbes García y Pupo Román, encargados de elaborar el plan criminal; además de  Candito Torres que fungía como jefe del Servicio de Inteligencia pero que actuaba bajo las órdenes de Abbes García,  y Víctor Alicinio Peña Rivera, quien era el jefe del Servicio de Inteligencia Militar en la región del Cibao y principal responsable de la ejecución de lo planificado.

Lo que ahora procedemos a leer está contenido en las memorias del capitán Víctor Alicinio Peña Rivera, publicada en forma de libro en  1977, con el título “Historia oculta de un dictador: Trujillo”:

Candito Torres, quien actuaba como formal jefe del Servicio de Inteligencia se reunió en Santiago con Alicinio Peña Rivera,  con el fin de darle forma y llevar a cabo lo planificado tal y como se  lo habían ordenado. En ese encuentro tomaron en cuenta múltiples detalles, como, por ejemplo: quienes o cuales de los miembros del SIM ejecutarían de manera directa la orden, instruyéndolos a estos que se cuidaran de cortar los cuatro trozos de palos que utilizarían para golpearlas y de esa manera no tener que utilizar armas de fuego, pues las instrucciones indicaban de que todo debía parecer un accidente. También procedieron a trasladar desde la cárcel de La Victoria hasta la comunidad de Salcedo a los esposos de las jóvenes anti trujillistas.

Manolo Tavárez, Pedro González y Leandro Guzmán luego fueron sacados de la cárcel de Salcedo, y desde allí los trasladaron a la cárcel de Puerto Plata debido a que el crimen serio cometido en la carretera que llevaba de Santiago a Puerto Plata. Además, tuvieron en cuenta de que al momento del asesinato las Mirabal no estuvieran acompañadas de niños ni ancianos, y escogieron el sitio exacto, el lugar en que serían lanzados los cadáveres y el vehículo en que viajaban. También hicieron lo posible para borrar las huellas de los responsables de la eliminación física de las heroínas de Ojo de Agua. Todo estaba concebido para que el crimen quedará registrado como un accidente automovilístico.

El capitán Alicinio Peña Rivera, el eficiente jefe del Servicio de Inteligencia Militar en el Departamento Norte con sede en la ciudad de Santiago, discutió los detalles en una reunión sostenida con Candito Torres en el «Café Antillas» ubicado en el centro de la ciudad de Santiago de los Caballeros. Torres era   formalmente el jefe del SIM, y había recibido la orden de transmitir de manera directa y personal las instrucciones de Johnny Abbes García a Peña Rivera.  Ellos eran los jefes responsables de la operación y así quedó confesado en las memorias que Peña Rivera publicó en 1977.

Rivera narra en su libro que la orden le llegó de manera inesperada: “Llegó de improviso, –dice él refiriéndose a Candito–, y me sorprendió verlo entrar al recinto de mi cuartel. En su kepis lucía los ramos dorados de oficial superior. Era el mayor Torres Tejada, jefe del SIM. Nos saludamos con cordialidad y me invitó a tomar una cerveza en el Café Antillas, legendario establecimiento regenteado por unos nacionales chinos, situado frente a la plaza de recreo de la ciudad. Nos acomodamos en su automóvil y partimos.

Ya habíamos consumido una ronda de cervezas cuando comprendí que mi oficial superior estaba tratando de decirme algo en especial. Mis sospechas se confirmaron cuando en un tono muy confidencial me dijo:

—Vengo de parte del ministro de las Fuerzas Armadas, general Román para que dispongas el traslado a Puerto Plata de los esposos de las Mirabal, que están en la cárcel de Salcedo. Diles que estamos esperando una introducción de armas clandestinas, y como esperamos capturar a los contrabandistas necesitamos tenerlos en el área de los hechos para que ellos no ayudan a determinar si esas personas pertenecían al movimiento «14 de Junio». Explícales que tan pronto termine la operación serán regresados a Salcedo, que contra ellos no hay nada, y que sus esposas pueden visitarles como de costumbre.

«Torres Tejada hizo una pausa, y luego agregó:—Una vez trasladados tú deberás prepararle una emboscada a las Mirabal en la carretera, matarlas y simular un accidente automovilístico, sin que nadie quede vivo. Ese es el deseo del Jefe […]. Ahora me daba perfecta cuenta que mi fin estaba acercándose. Alguien quería ponerme en una situación tan peligrosa y comprometedora.

Y Sigue contando Víctor Alicinio:  El 18 de noviembre, los agentes del SIM, Alfonso Cruz Valerio, Emilio Estada Malleta, Néstor Antonio Pérez Terrero y Ramón Emilio Rojas Lora, bajo la dirección de Ciriaco de la Rosa, regresaron sin haber consumado la orden, alegando que varios niños acompañaban a las hermanas Mirabal. El 22 de noviembre tampoco realizaron el hecho alegando las mismas razones.

«El cabo Ciriaco de la Rosa me confesó que ellos no tenían el menor entusiasmo para cumplir las órdenes recibidas, y me rogó que fuera a la capital, donde el Jefe del Servicio de Inteligencia, a exponerle las dificultades que se les habían presentado, principalmente por la presencia de niños. Fue enfático, diciendo que no se les podía demandar que mataran aquellas criaturas».

El 25 de noviembre, el grupo de agentes del SIM rondó cerca de la Fortaleza San Felipe de Puerto Plata, y comprobó que Minerva y María Teresa Mirabal habían ido a visitar a sus esposos. Esta vez solamente les acompañaba su hermana Patria, y utilizaban un «jeep Toyota», conducido por un campesino llamado Rufino de la Cruz. Este no tenía cuentas pendientes con el régimen. El destino había dispuesto que condujera el vehículo en que viajaban las hermanas Mirabal. Moriría, porque en este tipo de acción no podían quedar testigos. Las hermanas Mirabal en esta ocasión no llevaron a sus hijos. Este era el momento propicio que se había estado esperando”.

Después de terminar la visita en la cárcel de Puerto Plata, –sigue narrando Alicinio–. las hermanas Mirabal se despidieron de sus esposos al concluir el tiempo que se había fijado para la visita, ajenas a lo que les esperaba. Tampoco ellas sospechaban que en esa muy trágica tarde estaban viendo a sus esposos por última vez. Y mucho menos se imaginaban los esposos que al despedirse, era el adiós postrero.

Las hermanas y su acompañante regresaban a su pueblo, ajenas de lo que les esperaba en el camino de regreso a Salcedo. Lo que sucedió aquella tarde, fue contado en la causa judicial por José G . Pérez Hernández, quien viajaba junto a otros en un camión de la Caja de Seguros Sociales y fue uno de los testigos presenciales de lo que pasó en un puentecito ubicado en aquella vía.  Pérez Hernández contó en el juicio, en presencia de los inculpados, lo siguiente: «Llegamos a Puerto Plata el 25 de noviembre a llevar medicinas, y después de entregarlas, salimos, y en el puesto de guardia nos chequeamos; nos pasó un jeep, al llegar a un puentecito había un carro Pontiac, se paró el jeep y lo asaltaron. Nosotros al ver el caso, le dije al chofer párate, y una de las hermanas Mirabal cogió para donde nosotros, ella gritó auxilio, socórrannos, son caliés y nos van a matar”.

 

«Uno de ellos la arrancó del camión, volvió otro y la ayudó a montar en el carro; uno de ellos nos dijo que si decíamos algo nos podríamos embromar; y le dije que trabajaba con Cholo Villeta; venía una camioneta de Agricultura y al preguntarme qué pasaba, yo le dije sigue; pasó el jeep y siguió y el hecho sucedió de cinco y diez (5:10) a (5:15), de la tarde”.

A esa hora, las hermanas y Rufino de la Cruz fueron secuestrados por los miembros del SIM en el pequeño puente conocido como «Mara-Picá”. Y sigue narrando el testigo Pérez Hernández:

«Había un Mercedes Benz rojo parado y un hombre con sombrero de vaquero, y al salir a la carretera de Monte Cristi, había un cepillito dando vuelta detrás, y el chofer dijo, yo le voy a dar con el camión, y yo le dije; yo abro la puerta y me voy, porque vacío no podemos pelear con estas gentes y después que llegamos a San Juan fue que supimos lo que ocurrió.

«El que arrancó la muchacha del camión fue Ciriaco de la Rosa, vino otro y le ayudó al señor; lo ayudó Manuel Alfonso Cruz Valerio, lo ayudó a llevarla; Malleta se quedó con el chofer en el jeep y con De la Rosa se llevó el jeep.

«De la Rosa fue quien me amenazó, no pude observar el número del carrito; no pude reconocer a ninguno, era un carro del Servicio de Inteligencia y nos habían amenazado; era gris, de los que acostumbraban a usar, en buen estado, casi nuevo, no lo volví a ver.

Después de esos detalles, el testigo presencial volvió a ratificar lo antes dicho:

«En Villa nos pasó y nosotros entramos por Majagua; el carro Pontiac estaba parado en el puentecito a la derecha y ellos las asaltaron, y el jeep a la izquierda; ellos asaltaron el jeep por los dos lados; una de las víctimas habló con el chofer y dijo avísenle a los Mirabal que nos van a matar; yo no sabía que a las mujeres le hacían eso; ellas estaban vestidas de blusas amarillas de seda y falda sastre marrón. Eso fue en estado de desesperación cuando la arrastraron al carro, fueron dos los que indiqué, Ciriaco de la Rosa y Manuel Alfonso Cruz Valerio; el Servicio de Inteligencia no nos llamó en ningún momento».

En cuanto a la forma en que fueron asesinadas las hermanas Mirabal, en la carretera que llevaba a Santiago, cuenta otro testigo, Pascual de Jesús Espinal:

«En el año 1960 solicites a la oficina de Obras Públicas en Santiago trabajo de jornalero, se me concedió trabajar en la carretera, no sé si fue en mayo o junio […]. Recuerdo que en noviembre hubo un parao, le solicité que se me dejara trabajando y se me concedió […]. El 25 llevo la mañana de trabajo y pasaban máquinas, recuerdo sí que pasó un camión entre 7 u 8 cuando empezábamos a trabajar. Era del Seguro Social, como al medio día llegó un jeep con tres mujeres manejado por un señor, a quienes no conocía. El chofer con precaución se detuvo y dijo una de las señoras: «Bajemos para que pase el jeep». Se montaron nuevamente y se fueron de Santiago a Puerto Plata, ya se estaba terminando el trabajo.

«Más tarde, como a eso de las cuatro, llegó un carro Mercedes Benz color rojo ladrillo y un carrito cepillo y siguieron a prisa. Un compañero dijo «esos carros del SIM pasan como el diablo» y otro dijo: «no menciones SIM que tú sabes cómo está la cosas». Seguimos trabajando y luego llegó un camión volteo con órdenes de trasladarnos a otro sitio, señalando a Tamboril a quitar dos derrumbes pequeños que se habían hecho. […].

«Cuando era cerca de las cuatro el capataz dijo ya es hora, vámonos, yo corrí a la casita a buscar mi ropa y el volteo me dejó a pie, tomé un acto de violencia y me senté. Salí a La Cumbre en busca de vehículo, cuando había caminado tres o cinco kilómetros me dio ganas de evacuar y me paré, me interné donde había una lomita, e hice mi actuación. Salí y vi que venía una máquina, sentí que se pararon delante de mí, cogí mi pala e iba subiendo por otra parte más baja entre yerbas y matas. «Lo primero que alcancé a ver fue un jeep parado, seguí caminando y vi el carro mercedes Benz rojo y vi a Alicinio Peña Rivera que bajaba. Cuando vi el tiburón me agaché porque era peligrosísimo, me agaché y vi que en el jeep venía una sola persona, en lo que abrió la puerta y la agarró, agarró una mujer por los cabellos y cayó boca abajo, la levantó y delante de la mujer venía un señor blanco, de cada lado venía un hombre. Uno de ellos la echó afuera y otro señor indio alto sacó otra y se me parecieron a las señoras que yo vi, una tenía el pelo corto, vi que le quitaron una venda, vi cuando un hombre con un punzoncito fino brilloso lo enterró a la mujer; esta gritó, entonces el otro hombre que le enterró otro punzoncito; un señor gordito indio estaba refregando con ella pegado al jeep. Ellos buscaban hacia arriba, Peña Rivera dio la vuelta y haló por la pistola y dijo: «ustedes no son hombres», cuando ellos acabaron de matar las tres mujeres, llegó otro jeep con otros hombres y vi que sacaron un hombre amarrado y el hombre dijo: «hasta a mí me van a matar». Vi a Alicinio cuando le dio con el punzón. Peña Rivera rompió la capota del jeep, vino un gordito y haló la capota.

«La primera que Peña Rivera entró en el jeep, —sigue narrando el testigo Jesús Espinal— fue la gordita gallardona, tiraron el hombre que quedó cruzado de la señora y la otra fue tirada y luego vi cuando cuatro hombres la tiraron con el jeep a la zanja, vi cuando una soltó un zapato. Llegó un cepillo y Peña Rivera dio la vuelta seguida. Pensé que podía haber alguna persona acechando que estuviera escondida, yo seguí la carretera a paso doble. A pocos momentos como a tres cuartos de hora llegué a La Cumbre, había dos guardias, uno me llamó me preguntó que de dónde venía, le dije que venía de trabajar y que un camión me dejó, me pidieron la cédula y me entraron, me sentaron en un banco y como a la media hora llegó un señor indio gordito con una gorra, me preguntó ¿de dónde Ud. Viene? Le respondí que trabajaba en la carretera y me preguntó si yo vi algo. Al transcurso de tres cuartos de hora me entregó la cédula un guardia y me dijo: váyase y póngase de aquel lado de la carretera; pasó una guagüita y me llevó por $0.25. Al otro día una señora comentaba que se volcó un jeep con tres señoras y que fue un accidente, una señora comentó: «¿accidente?». Un hombre le dijo: ¡cállate la boca!».

Sobre la manera en que fue cometido el múltiple asesinato, Johnny Abbes García cuenta, en su confesión escrita y publicada en el periódico El Tiempo de la ciudad de Nueva York, lo que sigue:

«Las hermanas Mirabal regresaban a Salcedo después de haber visitado a sus esposos en Puerto Plata.

“Nuestros hombres las esperaban un poco más distante: […]. Las hermanas Mirabal venían con un hombre: el chofer del jeep Rufino de la Cruz. «Al ser interceptadas una de ellas se zafó momentáneamente de sus apresadores y pidió ayuda a la gente de un vehículo que pasaba por casualidad. Ya era tarde para volver atrás. Los hombres del SIM sabían que en esa operación les iba la vida y que ya ni Trujillo ni yo íbamos a tolerar más aplazamientos. «Las muchachas fueron apresadas y llevadas a un camino secundario y desierto que cruzaba la carretera principal. Allí cada uno de los hombres las ultimó a palos; pero se presentó un incidente que pudo haber fracasado la operación […]. «Ante la belleza de María Teresa, con el vestido desgarrado y luchando por su vida, pretendió gozar a la muchacha. La mujer se defendió como una leona y le grito: —«Podrás asesinarme; pero jamás gozarme».

«Ciriaco de la Rosa había recibido instrucciones precisas para ejecutar la acción lo más rápidamente posible […]. Una vez liquidadas las mujeres y el chofer de la Cruz, fueron llevados al Jeep, el cual fue empujado hasta precipitarlo por uno de los precipicios que bordean el camino carretero.

«Convengo en que la muerte de las hermanas Mirabal fue un hecho capaz de suscitar protestas; pero tanto en las dictaduras como en las democracias suelen cometerse hechos censurables, aunque necesarios políticamente. Trujillo quiso conquistar a las hermanas para la causa de la paz. No pudo. El país se debatía acosado por todas partes. Fue una determinación radical.

Luego de la espeluznante confesión del terrible jefe del Servicio de Inteligencia Militar y de la Cárcel de La 40, vamos a proceder, de manera breve a explicar lo que aconteció en las horas y días posteriores al múltiple asesinato: Ese día 25 de noviembre, al caer la tarde se había cometido el crimen, pero para los agentes del SIM que habían participado en su exitosa operación, todavía la orgia de sangre no había concluido,  pues el señor Ramón García, quien residía en la localidad de Salcedo, contó en la referida causa judicial, lo que aconteció en una propiedad que había sido de la familia González-Mirabal, que en esos días había sido confiscada por la dictadura y entregada en propiedad al capitán Víctor Alicinio Peña Rivera.

Ramón García narró entre otros detalles, que la noche del crimen, varios de los implicados llegaron a la propiedad y celebraron una fiesta que fue amenizada por el músico guitarrista Pedro Antonio Pantaleón, quien también dio su testimonio como parte de la causa penal.

El guitarrista Pedro Antonio Pantaleón dijo que conocía a varios de los asesinos que estaban siendo juzgados, entre ellos a Ciriaco de la Rosa, Cruz Valerio, y Estrella Malleta, que le decían Cubanito; también a Gómez Santana, Peña Rivera y había visto a Rojas Lora y a Pérez Terrero en la referida celebración. Contó, que después de asesinar a las hermanas, «al poco tiempo -llegó- un cepillo con estos 5 adelante y Silvio Gómez Santana y trajeron la noticia de que las hermanas Mirabal se habían matado y tiraron tiros; le noté que estaba arañado; le pregunté qué le pasó y me dijo que fue unas malditas mujeres que fueron a coger presas y los aruñaron y lo mordieron y tuvieron que cogerla por el cuello; que se fueron los otros y quedó Silvio Gómez Santana y Heriberto Rivera, y me dijo que buscara una guitarra y nos pusimos a tocar; tomando mucho ron».

En los tres días posteriores al asesinato, el régimen se concentró en borrar las huellas del hecho y debido de que se estaba comentando sobre las implicaciones de Trujillo en el crimen, este se empecinó en que la población creyera que las muertes habían sido ocasionadas por un accidente de tránsito. Con ese fin, el capitán Peña Rivera se dirigió a la residencia de la familia Mirabal y allí presionó a doña Mercedes Reyes Camilo, madre de las tres hermanas Mirabal, para obligarla a firmar una carta en la que ella aceptaba,  en contra de su voluntad, que aquel hecho era fruto de un accidente automovilístico y no un crimen que ya era conocido por muchos.

«De acuerdo con las instrucciones que recibí—cuenta Alicinio Peña Rivera–el Gobernador de la Provincia debía ser la persona que cumpliera la encomienda, pero yo debía acompañarle […]. Ya estaba entrando en años, y me recibió con mal disimulada sorpresa. Le comuniqué el motivo de mi visita y comprendí que aquel sería un trago amargo para él, como lo era para mí. Pero ambos estábamos obligados a cumplir la encomienda […]. Entramos por un gran portón a unos terrenos cubiertos por un bien cuidado jardín (…). Muy pocas personas se encontraban en la casa […] El gobernador entró y yo seguí sus pasos. Fuimos recibidos por un tío de las hermanas asesinadas, que vivía en un lugar lejano, pero que había llegado a ayudar a sus hermanos. La madre estaba en un aposento y hasta nosotros llegaban sus roncos gritos de angustia. Era una continuada expresión de dolor y desesperación […]. Luego salió el Gobernador, en cuyas manos temblorosas traía aquel papel firmando con trazos inciertos […]. Al día siguiente «El Caribe», el periódico de mayor circulación en el país, publicaba en la primera página «aquel desmentido, que era una mentira».

Pero todavía aquello no había terminado, Trujillo estaba eufórico pues había hecho cumplir su cometido, y pensaba que con las muertes de las hermanas Mirabal sus complicaciones políticas habían llegado a su fin. Tal vez por esa razón que delataba su perversa mentalidad, decidió realizar una fiesta en la localidad de Villa Tenares, muy próximo a Salcedo.

Cuenta Víctor A. Peña Rivera, responsable de la vigilancia y seguridad que para esa ocasión protegió al mandatario, que este utilizó como excusa que los «residentes del lugar les harían un homenaje en el que participaría la mayor parte de los residentes de los campos y pueblos cercanos», incluyendo a los residentes en Salcedo; pero que reamente el evento festivo se realizó con el fin de celebrar las muertes de las Mirabal y para tal fin se hizo una fiesta en casa de un pariente de las mujeres asesinadas: «El banquete —relata Peña Rivera— sería servido en la residencia del cuñado de Patria Mirabal, una de las hermanas asesinadas, y aquel ambiente de luto y tristeza fue transformado en un ambiente de alegría y diversión. Una orquesta atronaba los aires con sus cadenciosas notas de ritmos antillanos. El jefe llegó allí poco después del mediodía, acompañado por Cucho Álvarez. Yo había tenido a mi cargo las precauciones de protección y seguridad. Después de saludar a los presentes, los invitados pasaron a servirse a una mesa en que se exhibía un derroche y abundancia de ricos manjares».

Pero como dice el dicho popular, “no hay mal que dure cien años ni cuerpo que lo resista”. La noche del 30 de mayo de 1961, cuando todavía no se habían cumplido los seis meses del horrendo crimen, el sátrapa que se robó la vida de las Mirabal y de Rufino de la Cruz, terminó ajusticiado en la carretera que llevaba a su ciudad natal de San Cristóbal y siete meses después de la muerte del sanguinario gobernante, la dictadura se derrumbó, dando paso a la persecución, apresamiento y al proceso judicial de muchos de los que estuvieron implicados en el asesinato.

Las conclusiones a las que llegó la cámara penal con jurisdicción especial fueron suficientes para condenar a la mayoría de los implicados a penas que iban desde los veinte hasta los dos años de encarcelamiento y trabajo público. Entre los considerandos a los que llegó el tribunal, se encuentran varios que pueden ayudarnos a comprender la responsabilidad de cada uno de los implicados en el hecho, que citamos a continuación:

“Resulta: Que son hechos constantes en el proceso que se ventila por ante este Tribunal, los que a continuación se expresan:

«Que las hermanas Minerva Mirabal, Patria Mirabal y María Teresa Mirabal desde su mocedad mostraron repudio a la persona y al régimen dictatorial que mantenía en nuestro país Rafael L. Trujillo; que, bien fuera para sonrojar la familia ya para satisfacer reclamos libidinosos, el Dictador hizo celebrar una fiesta en la ciudad de San Cristóbal, a la que fue invitada la familia Mirabal, y la que ese vio obligada a asistir a ella; que en la fiesta antes dicha el Tirano se acercó a Minerva Mirabal y la requirió de amores haciéndole proposiciones deshonestas e inmorales, las que, con gran sorpresa de ella rechazó gallarda y valientemente; que tal suceso exasperó más aun al tirano contra esta virtuosa familia, al extremo de que poco tiempo después fue encarcelado por orden directa del Tirano el señor don Enrique Mirabal Fernández, padre de las hermanas Mirabal y su esposa Mercedes Reyes de Mirabal, así como la propia Minerva Mirabal.

«Que habiendo contraído esta matrimonio con el Dr. Manuel A. Tavárez Justo, y habiendo este dirigido un movimiento político clandestino que se llamó 14 de Junio, al ser descubierto, fueron encarceladas Minerva y su hermana María Teresa, así como los esposos de ellas, Tavárez Justo, el ingeniero Leandro Guzmán y Pedro Antonio González Cruz, lo mismo que alrededor de 400 miembros del susodicho movimiento, hechos ocurridos el 22 de enero de 1960; que a partir de ese momento se sucedieron las prisiones de los miembros de esta perseguida familia, objeto de un odio que anidaba en un pecho que parecía no saciarse en la venganza con el cúmulo de torturas que le había aplicado a esta familia, llegando la obsesión del dictador a tal culminación la animadversión hacia esta familia.

«Que en una ocasión se puso de manifiesto cuando al visitar a su amigo José Quezada en Villa Tapia, rugió iracundo la siguiente expresión: «solo tengo dos problemas políticos que resolver: la Iglesia católica y la familia Mirabal»; esta tormenta se desencadenaba en el tirano 23 días antes de la tragedia; que para dar ejecución a sus horrorosos propósitos impartió órdenes al jefe del Servicio de Inteligencia Militar teniente coronel Cándido Torres Tejada (a) Candito, para que, por medio de su institución, dieran muerte a esas hermanas Mirabal bajo la apariencia de que había ocurrido un accidente automovilístico; que para ejecutar estas instrucciones Candito Torres se trasladó a la ciudad de Santiago y se puso en contacto con el teniente Víctor Alicinio Peña Rivera, Jefe del Servicio de Inteligencia Militar del Departamento Norte y le dijo que se trataba de «prepararle un accidente» a las hermanas Mirabal en el camino de La Cumbre a Tamboril (Peña).

«Que inmediatamente después fue despachado de la capital el sargento Ciriaco de la Rosa Luciano, a quien se le dijo: «Ya Peña Rivera tiene sus órdenes»; que después de entrevistarse en el Hotel Antillas de Santiago, De la Rosa y Peña Rivera, y discutir y planear los detalles de ejecución del crimen, este puso a disposición de aquel a los acusados Manuel Alfonso Cruz Valerio, Emilio Estrada Malleta, Ramón Emilio Rojas Lora y Néstor Antonio Pérez Terrero, indicándoles que el supuesto accidente debiera hacerse en el camino de Tamboril, dándole dinero para gastos y vehículos para lo que fuera necesario; que este grupo, después de la discusión de los planes necesarios a la ejecución del crimen, cortaron cuatro palos, los pusieron en el baúl del carro y salieron al encuentro de sus indefensas víctimas las que sabían se encontraban visitando a sus esposos, que se hallaban presos en la cárcel pública de Puerto Plata; porque para asegurar el buen éxito de la empresa criminal, ya se había ordenado que los esposos Tavárez Justo y Guzmán fueron trasladados a esa cárcel y se aumentara el número de visitas a los familiares de ellos.

«Que en dos ocasiones no fue posible cometer el horrendo crimen porque además de las hermanas Mirabal, venía acampándolas niños y ancianos; que el día 25 de noviembre de 1960 los acusados fueron a Puerto Plata, pasaron por La Fortaleza, vieron el jeep de las hermanas Mirabal, anotaron el número de la placa y fueron al puente de Mara-Picá que se halla a tres y medio kilómetros del pueblo, esperaron allí la llegada de sus víctimas; que al llegar al sitio indicado, el jeep que conducía a las víctimas manejado por Rufino de la Cruz fue detenido por los acusados y obligado a sus ocupantes a montar en el carro de los acusados quienes las custodiaron completamente armados.

«Que este acto fue accidentalmente presenciado por los testigos José G. Pérez Hernández, Silvio Bienvenido Núñez Soto, Tomás Ortega y Romeo A. Molina, que ocupaban el camión de la Caja de Seguros Sociales y se hallaba detenido en ese sitio, habiendo sido estos involuntarios testigos presenciales del apresamiento de las víctimas, amenazados enérgicamente, con amenazas capitales por los captores de las víctimas si osaban decir una palabra de los hechos que habían presenciado; que las víctimas después de apresadas, fueron conducidas, según dicen los acusados, a un lugar en la entrada de un camino a unos 10 kilómetros de Puerto Plata.

«Según su propia confesión, les dieron muerte a las tres hermanas Mirabal y al chofer Rufino de la Cruz; que después de esperar un largo rato, condujeron los cadáveres a un lugar situado a 3 km de La Cumbre en el camino de Tamboril y arrojadas a una pendiente abismal, que había sido escogido en el viaje de ida a Puerto Plata; que al estruendo producido por la caída del jeep y los cadáveres a la hondonada acudieron vecinos del lugar e informaron a las autoridades, las que se trasladaron al lugar del hecho y rescataron los cadáveres, los que examinados por el médico legista requerido al efecto, presentaban signos de estrangulación, fracturas, golpes y heridas, como constan en los certificados médicos y en la declaración del legista que obran en el expediente (…).

Como ha quedado puntualmente evidenciado y comprobado, partiendo de las mismas confesiones de los que tuvieron mayor responsabilidad en el hecho, que los fueron Johnny Abbes García y Víctor Alicinio Peña Rivera, así como las propias confesiones de los miembros del SIM que participaron de manera directa en el hecho de sangre, el asesinato de las hermanas Mirabal y de su acompañante Rufino de la Cruz fue de la absoluta responsabilidad de Trujillo que ordenó el crimen y de los referidos oficiales del SIM, que recibieron la orden de asesinarlas.

FUENTE: La dictadura de Trujillo, vigilancia, tortura y control político, Alejandro Paulino Ramos, 2020. Librería Cuesta.