Los seres humanos sabemos perfectamente que el único hecho cierto e infaltable, una vez que llegamos al mundo, es la muerte.
Pero hay muertes…y muertes.
Hay partidas que son parte de ese ciclo inflexible que establecen somos pasajeros episodios de la existencia con fecha de llegada y fecha de partida.
Pero, insisto, hay muertes y muertes.
Hacia apenas 45 días que había fallecido, tras una larga convalecencia, su madre, doña Dilia Moreno de Ramírez, a quien le habíamos dedicado esta columna.
Su hija, la licenciada Estela Ramírez Moreno de Ciprián, fue muy afectada por la muerte de su madre. Mucho.
El pasado el 16 de junio sufrió un infarto masivo y hoy su alma debe estar junto a la de su madre. Fue sepultada en el pabellón funerario de la familia en el Cementerio Cristo Salvador, junto a los restos mortales de su madre.
Quienes asistimos al sepelio fuimos testigos de una inmensa manifestación de dolor del resto de sus hermanos, y en especial de Iris y Corales Ramírez Moreno, muy afectadas por la calidad de la comunicación continua que habían mantenido las tres durante años y especialmente luego de la partida de Dona Dilia.
Me confieso impotente y muy triste. Estela era una hermana para mí. Un ser bueno toda su vida, dicho esto sin la obligada conmiseración que lleva a hablar siempre bien de quienes han fallecido. Era bondad y servicio totales, plenos.
Hoy me encuentro en paz, pero muy triste.
Adiós a Estela.