¿Cómo de despide a una persona que ha dejado una familia amada por encima de todo y a una comunidad cristiana, dimensiones en las que era admirada de su ejemplo, su capacidad de servicio, su visión del amor cristiano como patrimonio a ser compartido siempre, en toda circunstancia?
¿Con cuales palabras es necesario invocar para llevar consuelo, presentar aliento, a quienes hoy sufren su ausencia?
No las hay. Y más que eso, no tiene que haberlas.
Brígida González Gómez de Santana ha partido, dejándonos con todas las interrogantes innecesarias. Esas preguntas que nos hacemos todos aquellos a quien le sorprende la muerte de un ser que se ha conocido y apreciado en todos sus valores: ¿Por qué tenía que irse? ¿Por qué ahora? ¿Por qué ella?
La vida tiene razones, parodiando ahora a El Quijote, que la razón desconoce. La finitud de la vida, es una de esas razones. Inviolable y definitiva. No llegamos acá para ser eternos. Lo trascendente es saber que este tiempo que se nos ofreció para vivir, fue válidamente empleado para multiplicar el amor y la alegría, el servicio y el fortalecimiento de los valores que la fe nos ha legado.
Pero ella buscará formas de estar presente, cada vez que veamos un acto de bondad, cada vez que alguien ofrezca un consejo sincero, aun cuando duela, cada que una luz se encienda para desmitificar la oscuridad, ella estará ahí, dejándose sentir. Cada vez que un padre o una madre elogie o aconseje un hijo, ahí ha de estar. Porque la movió toda su vida el eje del amor verdadero.
La respuesta es tan simple como inexorable: todos tendremos que irnos en algún momento, mas tarde, mas temprano y para cuando llegue el momento lo único valedero será tener nuestros asuntos en orden, claras las prioridades, definidos los afectos y sembrada la luz de la esperanza y la fe, en cada instante. Y así, en esas condiciones, estaba esta mujer, madre y esposa.
Cosechó el amor que sembró, que fue mucho, en terreno fértil. Paso por pruebas indecibles, como la de enterrar a uno de sus hijos cuando el orden temporal normal dice que son los hijos quienes deben despedir a sus padres.
Una mujer de tantos dones, de tantas cualidades, ahora debe estar reposando el alma a la derecha del Señor de las alturas.
Nos queda la ausencia física.
Nos queda el dolor de ese vacío que nada habrá de llenar.
Por el hecho de haber nacido, todos tendremos que irnos un día de este mundo. La muerte es consustancial con la vida y deberíamos estar preparados para esa posibilidad irreductible.
Pero, nadie, absolutamente nadie, está preparado para la muerte de una persona amada por su familia, su comunidad, o su iglesia.
¿Qué hacer para manejar el duelo en especial cuando quien ha partido es una buena persona, una que durante toda su vida prodigó el amor en forma de servicio a los demás, sobre todo cuando se ha sido médico, cuando se ha deparado amor para quienes conformaron su familia y su comunidad?
La muerte es un paso crucial y definitivo que marca para un caso como el que comento, a una familia y una Iglesia desde la que impartió esa persona, sus enseñanzas bíblicas, portando una palabra renovada, nueva, de perspectivas actuales.
¿Cómo se guarda luto ante la persona que transcurrió impecablemente por esta vida, que asumió con integral responsabilidad, cuanto se puso su cuidado, cuanto se colocó bajo su cuidado?
¿Cómo ha de presentarse ante el Altísimo Señor, la memoria de una vida en la cual fueron puestos como prioridad el valor del servicio, el sentido del amor, la consistencia y validez de la familia, cuya preeminencia estuvo por encima de todo?
Ahora que no tenemos la música de su voz, la luz de sus enseñanzas bíblicas, el estar cotidiano con su gente más amada, su marido, sus hijos, sus hijas, ella permanece de muchas otras formas y mas que recordarla con pesar, sus deudos deben sentirse agradecidos de haber disfrutado por tantos años, cada día y cada noche, de un ser tan entregado, tan comprometido con su fe y tan consagrada a sus valores.
Estas no son palabras de despedida.
No. Son las expresiones de agradecimiento por todo el tiempo de vida y ejemplo. Y eso no se paga con palabras de luto ante tu última morada. De hecho, no requieren pago alguno.
Gracias Brígida. Trataremos de estar a la altura que aspiraste.
Gracias.