El cronista Vianco Martínez planteó la necesidad de que las autoridades pongan atención a las precariedades en medio de las que cientos de niños de las montañas de Padre Las Casas reciben docencia, dentro de escuelas que desdicen mucho de la denominada “revolución educativa”.
Al recibir el premio al primer lugar en la categoría Periodismo Digital, del XII Concurso Periodístico Sobre Temas de Niñez y Adolescencia, Vianco Martínez sostuvo que las historias que le hicieron merecedor de la distinción retratan una realidad a la que el Estado debe enfrentar con urgencia.
Las crónicas fueron publicadas en el diario digital www.acento.com.do
Las escuela de Los Rodríguez, comunidad situada en el límite del parque nacional J. Armando Bermúdez, en la Cordillera Central.
“Estas crónicas cuentan la historia de un mundo encantado. Un paraíso compuesto por pueblos que nacieron olvidados, entre los ríos La Cueva, Río del Medio y Yaquecillo. Un lugar donde faltan escuelas, caminos y hospitales, pero sobran las sonrisas.” dijo.
Además de Vianco Martínez, el concurso auspiciado por Unicef, Plan Internacional y World Vision, distinguió al fotoreportero Bayoan Freites, de Diario Libre, con el primer lugar en Fotografía, y a Jorge Cruz, de Listín Diario, con una mención de honor en esa categoría.
En Periodismo Impreso ganó Mayerlin Reyes, de Diario Metro RD. Katheryn Luna e Isabel Leticia Leclerc, de Listín Diario, y Manauri Jorge, de Metro, obtuvieron mención de honor.
Nazaret Espinal, de Diario Libre, también logró una mención de honor, al igual que Kharla Polonio y Josymil Espinosa, estudiantes de la Comunicación Social de la Pontificia Universidad Católica Madre y Maestra (PUCMM).
En la categoría Periodismo Digital, el jurado declaró ganadora la serie de crónicas y reportajes del periodista Vianco Martínez publicada por Acento y reproducida en otros portales y medios impresos.
El jurado destacó “el esfuerzo investigativo, con el uso de una prosa literaria y periodística impecable, que a la vez muestra una realidad estremecedora”.
Al recibir el premio, el cronista de largo ejercicio, describió lo que encontró en la cordillera Central, en donde más de 40 maestros rurales, “trabajan en medio de la adversidad en escuelas que son una vergüenza nacional, y que teniéndolo todo en contra, (los docentes) tienen aún el coraje de sonreír.”
“Y fue allí, un día en que las montañas tenían a septiembre a sus pies, donde conocí a Ezequiel, el niño más triste de la cordillera, que como una flor marchitada en plena primavera, se hace hombre antes de tiempo en las plantaciones de la necesidad”, dijo.
Recordó además a la maestra Danilka, quien “(…) me contó una historia que cada día le cuenta al viento, para que el viento se la cuente a todos aquellos que quieran escucharla, y para que todos aquellos que quieran escucharla se la cuenten a aquellas personas que toman decisiones importantes”.
Dijo que la escuela de la maestra, situada en la sección Las Cañitas, “muchas veces tiene que despachar a los alumnos antes de terminar la jornada porque tienen hambre, y porque el hambre que tienen no los deja mirar la hermosura del mundo de su infancia, y no los deja estudiar, y a veces ni siquiera les permite mantenerse en pie.”
El periodista, que hizo los trabajos de manera independiente y con el apoyo de las imágenes fotográficas de Pedro Canela, resaltó que se interesó por retratar las precariedades de las escuelas en las montañas porque, “en un país que cada día pierde su batalla contra el desaliento, los periodistas no podemos ser coleccionistas de silencios”.
Vianco Martinez brinca el charquito con la intención de exponer la situación de esas escuelas.
“Siempre es un privilegio ser testigo de la belleza en sus formas más simples”, sostuvo el cronista, dueño de una mirada poética en la que apoya su olfato de periodista de oficio.
“Quizás sea importante resaltar en esta ocasión el valor del periodismo independiente, ese que no necesita estar en ninguna nómina para mantenerse de pie; ese que no necesita ser auspiciado por los dueños del mundo para que lo escuchen; ese que tiene música propia y solo tiene compromiso con las verdades sencillas de la vida, con la belleza de los caminos y con todo aquello que ven sus ojos”, dijo.
Discurso de Vianco Martínez
“Estas crónicas cuentan la historia de un mundo encantado. Un paraíso compuesto por pueblos que nacieron olvidados, entre los ríos La Cueva, Río del Medio y Yaquecillo. Un lugar donde faltan escuelas, caminos y hospitales, pero sobran las sonrisas.
Fue allí, en un lugar donde están las flores silvestres esperando que las nombren, donde conocí a un grupo de muchachas que van con el pelo al viento y una tiza en la mano, y a un grupo de muchachos de invencible voluntad, que cada semana suben a la montaña a llevar pequeños destellos de luz y de futuro: los maestros rurales; más de cuarenta docentes que trabajan en medio de la adversidad en escuelas que son una vergüenza nacional, y que teniéndolo todo en contra, tienen aún el coraje de sonreír
Y fue allí, un día en que las montañas tenían a septiembre a sus pies, donde conocí a Ezequiel, el niño más triste de la cordillera, que como una flor marchitada en plena primavera, se hace hombre antes de tiempo en las plantaciones de la necesidad.
Y fue allí, cuando las flores de marzo empezaban a entristecer, que una maestra llamada Danilka me contó una historia que cada día le cuenta al viento, para que el viento se la cuente a todos aquellos que quieran escucharla, y para que todos aquellos que quieran escucharla se la cuenten a aquellas personas que toman decisiones importantes: que en su escuela, situada en la sección Las Cañitas, de Padre Las Casas, en el corazón de la cordillera Central, muchas veces tiene que despachar a los alumnos antes de terminar la jornada porque tienen hambre, y porque el hambre que tienen no los deja mirar la hermosura del mundo de su infancia, y no los deja estudiar, y a veces ni siquiera les permite mantenerse en pie.
Y fue allí, a la vera de un sendero orlado por un encaje de helechos flores silvestres, donde una vez conocí a un niño que por sus buenas calificaciones se ganó un premio a la excelencia académica y no pudo venir a la capital a recogerlo porque no tenía zapatos.
Esta realidad se llama injusticia y un día tiene que cambiar.
Hay que ver cómo se enciende el mundo cuando sale el sol en aquellos lugares encantados, situados al otro lado de los aguaceros y suspendidos en el tiempo, y ver cómo cambian, de un segundo a otro, los colores de la aurora; y cómo se puede constatar que el mundo se quebró y se partió en pedazos bajo el peso de la injusticia, a través de la mirada de los niños que sufren por la falta de oportunidades.
Dicen que las mejores crónicas son aquellas escritas en el fin del mundo, y en esos lugares situados al otro lado de la lejanía, lugares donde a veces llorar y reír cuesta lo mismo, y donde siempre se camina al borde del abismo, puede faltar cualquier cosa, menos un contador de historias dispuesto a llevarse en su libreta el polvo del camino.
Siempre es un privilegio ser testigo de la belleza en sus formas más simples. Y el periodismo -que a pesar de los modernos ropajes que se ponga en cada tiempo, seguirá siempre siendo lo mismo: una mirada sobre las personas y sus lugares, sobre los lugares y sus historias, sobre sus historias y sus consecuencias- no debe nunca privarse de la belleza que ofrenda la vida en cada tramo, incluso, cuando la realidad se presente ataviada de tristeza.
Quizás sea importante resaltar en esta ocasión el valor del periodismo independiente, ese que no necesita estar en ninguna nómina para mantenerse de pie; ese que no necesita ser auspiciado por los dueños del mundo para que lo escuchen; ese que tiene música propia y solo tiene compromiso con las verdades sencillas de la vida, con la belleza de los caminos y con todo aquello que ven sus ojos.
Y resaltar la necesidad de mirar a todos lados, no solo adonde nos indican los grandes intereses.
En un país que cada día pierde su batalla contra el desaliento, los periodistas no podemos ser coleccionistas de silencios.
A fin de cuentas, decir la verdad siempre será un acto de decencia”.