Las cenizas del escritor y arquitecto Manuel Salvador Gautier (Doi) descendieron al medio día de hoy a la tierra en el cementerio Puerta del Cielo, en un ceremonial familiar al que acudieron cinco escritores, dos arquitectos y su familia más inmediata. Acontecido.
No se convocó a los medios de comunicación, en aras del ambiente intimo y de recogimiento que se deseaba tener en el acto. Parecería que fue mejor así, a la luz del ambiente sobrio y emotivo que se desarrolló en el campus luctuoso.
La familia del destacado arquitecto y escritor había solicitado se le permitiera la mayor intimidad para esa despedida. Los restos mortales de Doi Gautier habían sido cremados el pasado martes.
El sacerdote jesuita Pablo Mella, fue el oficiante de la despedida del escritor Premio Nacional de Literatura 2018, mientras, quien tuvo palabras de recuerdo y elogio para el escritor fallecido.
El arquitecto y productor radial René Alfonso, leyó un soneto de Quevedo, que versaba sobre el valor de la vida más allá de la vida.
A nombre de la Academia de la Lengua, del Movimiento Interiorista y del Grupo de Narradores Mester, el escritor y director de la Biblioteca Nacional, Rafael Peralta Romero, recordó que la vida de Doi Gautier, se desarrolló en tres ciclos de 30 años cada uno, siendo el primero de 1930-1960 durante el cual se formó como arquitecto en el país y el extranjero; el segundo de 1960/1990, cuando se desarrolló como arquitecto y profesor de arquitectura, llegando a ser Decano en la Universidad Autónoma de Santo Domingo.
Y la tercera etapa de Gautier ocurre entre 1990-2020 cuando irrumpe como escritor produciendo 16 novelas, cantidad que solo supera con su producción Marcio Veloz Maggiolo, habiendo ganado el Premio Nacional de Novela en dos oportunidades y el Premio Feria del Libro Eduardo León Jiménez, hasta logar el Premio Nacional de Literatura en 2018.
Estaban presentes los integrantes del Grupo Mester: Emilia Pereyra, Angela Hernández, Miguel Solano y Ofelia Berrido, además de Peralta Romero.
A nombre de la familia, Virginia Alvarez Gautier, leyó estas palabras: “Nos reunimos hoy para despedir los restos mortales de nuestro Tío Doi. Gracias a todos ustedes, hombres y mujeres que han amado y valorado a Tío Doi.
Gracias por ser sus amigos, por ayudarle a crecer y por creer en él. Y en ustedes, abarcamos a gente del arte, de la pintura, la música, el ballet, la danza, la culinaria, un jartón del buen comer…
Y de las letras, que fue su última pasión. Tío Doi buen profesor, buen amigo, buen arquitecto, buen escritor, fue un familiar constante, siempre estuvo ahí en cada fiesta, en cada encuentro, y en aquellos momentos duros y tristes en que sobresalía por su entereza, valentía y gallardía.
Desde que llegó a República Dominicana terminados sus estudios de Arquitectura, formó con sus amigos una escuelita dominguera para Sonador, un campo de Bonao donde su familia tenía una finca, y los niños aprendían de ese grupo culto que aglutinó Doi.
Hizo su casa en un solar en la Contreras, donde terminaba el monte por donde las Álvarez, los Freites y las Messinas jugaban a los indios y los vaqueros: la búcara, la llamaba mamá.
Y cuando empezó a dar clases de Arquitectura en la UASD, con frecuencia se oía desde nuestros balcones la chercha y la música de sus estudiantes a quienes había prestado su hermosa casa para fiestar.
Disfrutó de sus primas hermanas, Maruja, Antonia y Gene, pintora retratista de quien fue pana full. Antonia decía de él que era un príncipe. Era un gozón de carácter bohemio, pero tenía disciplina académica, características que, fusionadas, suelen producir grandes artistas.
No sé si otros aquí saben que fue un bailador de primera, pero las sobrinas sabemos que seguirle era un reto agradable y desafiante.
Tío Doi formó una parte importante de nuestra vida familiar: adoró a sus hermanas Josefina, Milagros y Daysi.
Con mamá cenaba todos los lunes, y eran sagrados; incluso una vez Ángela Hernández me comentó que los lunes no se podía contar con Doi, los tenía separados para Josefina.
También incidió en la vida de nuestra generación, sus sobrinos, y hasta de la subsiguiente. A los muchachos Gautier los puso en un pedestal.
Eran los nietos de José su mellizo, y por lo tanto, los hizo sus nietos. Los quiso, los apoyó, los mimó.
Y su libro El Misterio de la Corbata Verde lo escribió basándose en una chercha con Luis Tabaré, el hijo de mi hermana Alejandra, y de hecho, Luis T. es uno de los personaje del libro.
A todos nosotros, sus parientes, nos llena de orgullo su trayectoria por esta vida, su bondad, su aporte a la cultura, su contribución a la literatura dominicana en la revitalización de personajes y gestas de nuestra historia.
De nuevo, porque nunca serán suficientes las gracias a ustedes, aquellos que contribuyeron con su éxito porque les abrieron sus corazones.
He querido dar una pincelada del Doi familiar, porque de su obra literaria hablará ahora, su amigo Rafael Peralta Romero, de su Grupo Mester y quien también representará a la Academia de la Lengua y al Ateneo Insular”.