MONTREAL. Canadá. El poder de transmisión de emociones del cine es indefinible y comporta misterios y enigmas de difícil entendimiento. Es que la cuestión recorre la compleja relación de la sensibilidad humana a partir de los mensajes que recibe y la capacidad de emociones que pueden generar cuando se convocan a pantalla las características de un pueblo, que a pesar de ser obvias, de ser vividas a diario, pocas veces se tiene la oportunidad de sentirlas como parte de un discurso definitivo en pantalla.
Como resultado de la proyección del documental de Jose Enrique Pintor en la pantalla del anejo y arquitectónicamente patrimonial Cine Imperial, en una de las céntricas avenidas de esta pujante francófona ciudad canadiense, hubo lágrimas, llanto mal contenido, nostalgia, oleadas orgullo de ser dominicano e impacto emocional incluso entre asistentes que pudieron haber nacido en Centroamérica y o Europa.
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El discurso visual de las imágenes, conducidas en pantalla por Freddy Ginebra, al presentar, fue de un impacto tal que ni el mismo director, que por razones de agenda no pudo estar presente, se lo habría imaginado
Todo estuvo allí: la cultura, la distancia, el lenguaje popular, (gracioso, concreto y coloquialmente poético), la historia, la música, la medicina popular, las creencias y la fe, el potencial del turismo, las influencias de África y España, la danza y la canción popular, el carnaval, la comida, las letras quisqueyanas y sus creadores. Eran actuando unidos el tiempo y la trampa subjetiva que pueden tejer la imagen y el sonido.
Era la proyección documental Hay un país en el mundo, que intenta exponer el caleidoscopio de perfiles del ser nacional dominicano, y que fue saludada siente veces con aplausos nacidos de la espontanea reacción de quienes estaban bajo su impacto.
El impacto en la piel era singularmente inevitable cuando aparecían allí figuras que han partido hace poco, como Anthony Ríos, Raudy Torres y Joselito Mateo, salían haciendo lo que supieron hacer: entregarse en arte y fe a la gente por medio de los mejores frutos, sean la canción o la cocina. Lo que fuera.
Nadie imaginó la reacción emocional de la gente que acudió a esta función de cine, no fue programada. El director del proyecto fílmico, que auspicio el Banco BHD León y que se presentó aquí como parte de la I Muestra de Cine Dominicano en Canadá, un proyecto sin precedente que montaron la Embajada Dominicana, el Ministerio de Turismo (oficina Montreal) y la Dirección General de Cine con apoyo de la línea aérea Air Transat.
Hay un país en el mundo es un documental que cubre casi todos los aspectos de la dominicanidad, las regiones y destinos de interés turístico (a pesar de que faltaron Jarabacoa y Constanza), hilvanados en una historia que refiere el encuentro de un artista con una niña de origen nacional y que aun no conoce esa Patria de sus padres y abuelos.
La visión y lectura de esa gente, mucha de ella de origen nacional que vino a Canadá hace anos en procura de mejor calidad de vida, no coincidirá para nada con la de los críticos que cumplirán su papel de ver el trabajo como precisa disección de sus recursos técnicos, de sus encuadres, movimientos de cámara, de su desempeño de edición y el equilibrio cromático de su impecable fotografía, calificando el documentan como les parecerá. La gente que lo vivió ha sentido otras dimensiones de su ser nacional, A esa gente se le despierta una conciencia que a fuerza de tenerla siempre, parecía perdida.
Este final de la Muestra de Cine, que ha incluido al drama emotivo Colours (Luis Cepeda, 2019) y la comedia Juanita (Leticia Tonos, 2018), ha mostrado el poder del cine como lazo cultural común a pueblos y naciones. La experiencia está planteada.