La golondrina, más allá de las lágrimas

Los vientos que soplan en la reapertura de los escenarios, son promisorios.

En apariencias, La golondrina,  que se monta en  Sala Ravelo del Teatro Nacional, es obra  de Guillem Clúa, gira en torno a  inclusión, ausencia, luto, diversidad o estereotipos, pero no es así.

Guillem Clúa, Premio Nacional de Teatro 2020 en España por su obra Justicia.

La golondrina es la pieza teatral que con mayor emotividad y aguda precisión replantea el concepto de aceptación, que convoca las  lágrimas y  junto al canto final de un ángel en la tierra, que  la gente sensible a la consistencia de un teatro hecho a conciencia, debería ver.

Es esta una golondrina de altos vuelos, desde su estreno en el Cervantes Theatre de Londres en septiembre 25  de 2017, inspirada en el ataque terrorista del bar Pulse de Orlando (EE.UU.) en junio de 2016, en el que fueron asesinadas 49 personas.

La presentación de La golondrina  tiene en su favor el atractivo de su libreto y la sentida y memorable  actuación de sus dos protagonistas, Xiomara Rodríguez (Amelia)  y Josué Guerrero (Ramón), dirigidos por Elvira Taveras y la versión dominicana de la canción La golondrina, escrita por Clua, al final del montaje.

Esa balada  es una pieza tristísima y valiente, interpretada por Frank Ceara, por mucho uno de los vocalistas más extraordinarios que ha dado el país y que, pese a todo, frente a él, seguimos ciegos y sordos.

Rodríguez y Guerrero  logran transmitir las oleadas y sus giros dramáticos,  desarrollando  procesos de intensidad interpretativa. Las acciones de la palabra son incesantes y cortan la respiración.

En su discurso van  desgranando el concepto de la pieza, y que recorre el luto, las partidas, el dolor, la tragedia, el prejuicio, el temor compartido y el reencuentro,  pero de lo que trata es de aceptación.

Esos parlamentos  que demandan el dominio de la técnica expresiva y la consistencia  para  saben montarse en un carrusel de emotivos  planos actorales,  ofreciendo una experiencia teatral.

Hay que agradecer el talento de los dos intérpretes y la asertividad de su directora, la tenacidad de Raúl Méndez y la escenografía de Scene, de Fidel López.

La golondrina es la pieza teatral que con mayor emotividad y aguda precisión replantea el concepto de aceptación, que convoca las  lágrimas y  junto al canto final de un ángel en la tierra.

Esta obra teatral es de esas que se recuerdan más allá del paso de tiempo. No se la pierda. Por nada.

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