La Casa de Papel ha perdido el encanto original

El encanto inicial de La Casa de Papel  se pierde  por el afán comercial a que condicionan ahora  el gran presupuesto y el reto de mantener las teleaudiencias a precio que sea. Lo que nos queda, tras ver la IV temporada, es una mezcla de malos sabores y el reconocimiento de claros aciertos y el temor de que se pierda lo que fue una apertura hispana, altamente  creativa  al telecine en plataformas por pago. La cuarta temporada de La Casa de Papel, deja mezclas de sentimientos y dudas, espectacularidad efectiva y una innecesaria carga de morbosa violencia.

Lo que vimos ahora fue una carrera alocada respecto de la cual los guionistas podrían estar a tiempo de retomar los giros que le definieron como un producto original que rompió esquemas  y escaló en el gusto del gran público global.


La Casa de Papel fue distinta desde su primer capítulo de la primera temporada, con aquel inicio en el cual Tokio, en líneas breves, certeras y cargadas del mágico desencanto por su perdida, hasta ahora que se ha entregado  la cuarta, cuando  la serie ha pasado un proceso que ahora pugna por mantener el interés de la teleaudiencia apelando a recursos y esquemas innecesarios, tóxicos y amarillistas que persiguen conservar e incrementar los rattings de audiencia.
Lo acertado
La serie, que mantiene no obstante una paleta de subtramas y giros dramáticos hace crecer personajes que tenían actuaciones terciarias, logra ciertos tonos de situaciones que tocan muy directamente la sensibilidad del espectador y su identificación con los personajes ataviados de overol rojo y mascara de Dalí.
La genialidad de sus cuatro guionistas juega con las líneas de tiempo, redefine personajes, ilustra los mundos interiores e introduce nuevas situaciones, algunas con acertado criterio. Actoralmente, destaca  Marsella (Luka Peroš), personaje de adquiere una dimensión nueva, revelando su trascendencia. Manila -Belén Cuesta-, a pesar de la trascendencia de su papel, se desperdicia en sus pocos lances actorales.
Se vuelve a destacar el empleo a fondo de la técnica del cine se su segundo factor de atractivo. La reafirmación del mundo iconográfico que establecieron y la ampliación de la paleta musical, adecuada y efectiva.
Dolor y frustración
Pero, tras la novedad de esta entrega, quienes aspiramos al desarrollo de una trayectoria argumental auténtica, sentimos dolor y frustración, si bien nos entretuvimos viendo de un tirón las ocho entregas.
En  los meses previos nos embutieron con toda la meta publicidad, disfrazada de contenidos mediáticos por parte de los medios digitales e impresos, este pasado tres de marzo.
Tras la llegada de la cuarta temporada, nos frustra la violencia gratuita e innecesaria sobre todo por el horrendo y prono-visual uso un tenedor como arma punzante en el cuarto de caballeros), que nos rebaja la estatura de Berlín – Pedro Alonso- en una concesión al populismo audiovisual que ni aporta nada, ni redefine nada respecto de la trama, aun cuando alimente la insaciable sed de morbo que cada uno de nosotros carga como herencia condicionada por los propios medios, el amarillismo en todas sus expresiones que vende mucho y nos sigue alimentando con cuchara vacía.

La nota repetida
Nos sabe mal que la serie se regodeé  recreando personajes, tramas previas y conocidas: (Gandía -José Manuel Poga-), trastocado como el  John McClane de Duro de Matar), afectado de muchísima menos originalidad, y la perturbadora  transformación de Arturito – Enrique Arce- en el  Harvey Weistein, que acosa, droga y viola mujeres sin importar el contexto conflictivo en que se encuentre con su víctima, dejando de ser el personaje francamente deleznable que era desde antes de incursionar en este sinsentido.
¿Qué ha pasado?
La trampa es el gran presupuesto, que obliga a estirar para llegar a la meta de los ocho capítulos y terminar un punto dramático en alta expectativa para reenganchar, recurso legítimo, pero para este caso, rebuscado.
Esta cuarta temporada pudo haber sido de cinco capítulos y toda la historia se podría haber contado con igual efectividad, pero ahora quien ordena es el productor, el financiero y Netlix, no el guionista.
La esperanza en que, para la quinta temporada, los requerimientos para mantener las audiencias estén basados en la calidad argumental y el rescate de la frescura del inicio.  De otra forma, el repetitivo argumental  deja solo como salida la pendiente hacia abajo. Y sería una pena.

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